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Análisis:FÚTBOL | Undécima jornada

Queiroz hace sangre en los 'pavones'

Todo lo que podía salir mal al Madrid, le salió en Sevilla. De un plumazo se cuestionó un modelo con una fachada formidable y poco por detrás. La lesión de Roberto Carlos y la sanción de Salgado, dos laterales al fin y al cabo, destaparon miserias que superaron las peores sospechas sobre la competencia de la plantilla madridista. Al primer contratiempo, Queiroz entró en estado de pánico. Resultaba muy discutible una defensa con Pavón como lateral derecho, posición que desconoce, y con Raúl Bravo como lateral izquierdo, cuando su utilidad como central había sido la eficaz sorpresa de la temporada. Estaban puestas las bases para una catástrofe, que se cobró una víctima clamorosa en Rubén. A Queiroz le dio por examinarle en el peor partido posible, con la defensa del Madrid muy mal cosida frente a un rival que no perdió el tiempo. El Sevilla atacó con ideas, rapidez y vehemencia. Armó un partido frenético, irrespirable para el Madrid, que se cayó a pedazos. El Sevilla no sólo jugó con vigor, clase y puntería, sino que hurgó una por una en todas las heridas del Madrid.

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Está claro que Queiroz es hombre impresionable. Todas sus decisiones pretendieron corregir sus ideas originales, muy dudosas a la luz de la alineación que confeccionó. Por cada gol que recibía el Madrid, su entrenador entraba en crisis y modificaba la línea defensiva: culpabilizó a Rubén del desastre, le retiró en el minuto 25 y probablemente acabó con su carrera en el club. Poco después colocó al zurdísimo Raúl Bravo como lateral derecho, decisión más desesperada que coherente. Desde los tiempos de Camacho como defensa derecho en el Mundial 82 no se conocía una igual. El naufragio de Pavón era evidente, pero eso se esperaba. Queiroz le condenó a un calvario innecesario. Por el camino quedó muy comprometido el modelo que propugna Florentino Pérez: qué otra cosa sino un coro de pavones era la defensa del Madrid, cuyo fracaso en Sevilla tiene la virtud de insinuar noches parecidas frente a equipos exigentes. El caso es que Queiroz hizo sangre en el flanco más débil de la plantilla, pero no en un sector indefenso: el presidente es muy sensible a los avatares de los chicos de la cantera.

Tampoco salió bien parada la idea de Beckham y Guti en el medio campo, no al menos en escenarios de gran dificultad. Alguien se tiene que ocupar de ciertos trabajos defensivos que no se aprecian en el Madrid, que venía de conceder no menos de ocho ocasiones de gol frente al Athletic. Ese partido, resuelto por Casillas y Ronaldo, anunció el partido que se vio en el viejo Nervión. El Madrid multiplicó los errores y no encontró respuesta para la masacre. Por muchas estrellas que tenga el ataque del Madrid, su inestabilidad defensiva le aboca a demasiados partidos de esta clase, a desplomes categóricos que obligan a pensar en gravísimas descompensaciones del equipo. Puede que a los dirigentes del Madrid, con Florentino Pérez a la cabeza, no les importe demasiado padecer fracasos de esta magnitud. De alguna forma se vende la idea de que el Madrid está por encima de los resultados. No es verdad. Por muchas estrellas que tenga, por infinita que sea su popularidad, por ajeno que le resulten las mundanas contingencias del fútbol, el Madrid es un equipo de fútbol. Uno con cualidades excepcionales y con defectos extraordinarios. Defectos que le trasladan de lo excelso a la vulgaridad, sin término medio.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de noviembre de 2003