El espectacular arreón final de España cambió el signo de un partido que llegó a ofrecer los peores pronósticos, no tanto por el juego, que en algunos momentos fue magnífico, como por las consecuencias del temprano gol noruego. Frente a un equipo rocoso, estrictamente defensivo, de una simpleza abrumadora en su juego, España se condenó a un sufrimiento que no se disipó con el final del encuentro. Venció en la formidable carga final, protagonizada principalmente por Joaquín, pero el resultado es preocupante. No es temible porque España dio una impresión de inequívoca superioridad, incluso en sus peores momentos.
La selección española empezó con buen aire, especialmente a través de Fernando Torres
MÁS INFORMACIÓN
Integrada por unos tallos de impresión, Noruega confirmó que es una de las selecciones más previsibles del mundo. Su juego de ataque es de una vulgaridad aplastante, el viejo pelotazo y la búsqueda del rechace. Lo hacen con la convicción que supone contar con gente como Flo, que raya los dos metros y baja al suelo cualquier cosa que le echen. Es un estilo simplón, pero eficaz, basado en eso que vino a denominarse fútbol de porcentaje. Se catapulta la pelota al área, se genera el lío de los rechaces y entonces entra la estadística en acción: siempre hay un par o tres de oportunidades por encuentro. Es cuestión de aprovechar lo mejor posible el porcentaje. Es lo que hizo Iversen en la falta que lanzó Riise desde el medio campo, con el cabezazo de Flo, el rebote de rigor y el despiste de los defensas españoles, Puyol al frente de todos. Ese temprano gol multiplicó las dificultades para España, que se vio en el peor escenario posible. A la vieja manera inglesa de entender el juego de ataque, Noruega no añade la generosidad de la escuela británica. En ese capítulo ofician de italianos sin ningún rubor. Como ocurrió en el dramático partido de la Eurocopa, los noruegos se enrocaron en su campo, con dos masivas líneas de defensa, desdeñosos de cualquier tipo de elaboración con la pelota. Que inventen otros, vienen a decir.
A España le tocó inventar en las pésimas condiciones que presidieron el partido. Y lo hizo bien. Fuera de sus errores defensivos, que estuvieron a punto de producir una catástrofe con el gol de Iversen y un tiro de Flo que desvió magníficamente Casillas, el equipo funcionó con energía y buen estilo. Tuvo juego, oportunidades y decisión. España se encontró con la dificultad de manejar la paciencia necesaria frente a la ansiedad evidente. El gol de Noruega multiplicó esa contrariedad. La selección comenzó con buen aire, especialmente a través de Torres, que no pudo concretar en el mano a mano una excelente jugada, y de Etxeberria en el costado derecho. Al remate de Torres siguió otro de Raúl, y luego uno más de Baraja. Era una producción interesante. La selección estaba en su papel, probablemente con más vértigo del necesario, defecto que acentuaba los descuidos defensivos, muy graves durante todo el encuentro.
El tanto de Noruega no modificó el juego de la selección. Fue más tarde cuando se resintió el fútbol. Sucedió en el segundo tiempo, debido a la fatiga y al gasto de adrenalina en un partido de máxima intensidad. Noruega acentuó su querencia defensiva y España buscó el empate con más claridad de la esperada en unas pésimas circunstancias. Unos buenos minutos de Reyes completaron el trabajo de Etxeberria por el otro lado. Contra pronóstico, el empate llegó de una manera poco española. Reyes sacó una falta con mucho veneno y Raúl metió la cabecita en medio de un ejército de centrales, todos altos, todos rubios, todos fuertes. El caso es que Raúl se las ingenia para marcar goles de todos los colores. Este fue más sorprendente que hermoso.
El efecto del empate se extendió hasta el descanso. Un par de apariciones de Baraja se interpretaron como la prueba definitiva del asedio español. Baraja se las pinta para dar sorpresas en el área. Remató con profusión y estuvo a punto de marcar en una llegada por el segundo palo. No lo consiguió, y la selección salió de la primera parte con una extraña sensación de alivio y frustración. Alivio por la rápida respuesta al gol noruego; frustración por la escasa recompensa al buen juego del equipo, que entró al segundo tiempo con una acusada fatiga física y mental. Torres, que había estado muy activo en el arranque del partido, desapareció del partido. O eso, o le hicieron desaparecer, porque nadie le buscó. La hinchada la tomó con Etxeberría, que regateaba pero no afinaba en los centros. Un cierto clima de desconcierto se apoderó del partido, más aún tras un contragolpe vertiginoso de los noruegos que desbarató Casillas con una intervención prodigiosa.Era hora de cambios. Se hicieron y funcionaron. Entró Valerón por Torres, se cambiaron a los dos extremos por dos de la misma cuerda -Vicente y Joaquín-, se inició un nuevo partido. La selección surgió de las cenizas con un fútbol vibrante, casi incontenible. Un fallo de Raúl en una vaselina se interpretó como el signo de la fatalidad. No fue así.España prosiguió su asedio con una energía y una claridad imprevistas.Joaquín fue el protagonista principal. Cambió el partido con tres arrancadas que no encontraron respuesta en su estupefacto marcador. Comenzó una lluvia de remates y de estiradas del portero noruego. Aquello era un turbillón que anunciaba la victoria, por complicada que fuera. Así fue. Un tiro de Joaquín se escurrió entre una selva de piernas, una de la de Berg, que desvió la pelota a la red. Fue el tanto de la victoria, un premio menor ante la diferencia de los dos equipos, pero vistas las circunstancias del encuentro se recibió como un regalo de los dioses.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 16 de noviembre de 2003