Visto lo visto, es de una lógica aplastante que La Romareda sea el estadio más seco de Primera. Los parroquianos zaragocistas son los que menos goles han visto en su campo en lo que va de curso: siete a favor de su equipo y seis en contra. Anoche, Zaragoza y Atlético no contribuyeron un ápice a engordar tan raquítica estadística. Uno y otro despacharon un duelo tan lleno de enredos como falto de chispa. Ni una gota de buen gusto que aliviara un partido feísimo, muy mal encarado por el Zaragoza y muy mal pensado por el Atlético.
ZARAGOZA 0 - ATLÉTICO 0
Zaragoza: Laínez; Cuartero, Álvaro, Milito, David Pirri; Ponzio, Generelo; Galletti (Iñaki, m. 80), Soriano (Cani, m. 60), Savio (Corona, m. 83); y Villa.
Atlético: Juanma; Aguilera, García Calvo, Lequi, Sergi; Simeone; Novo, Ibagaza (Nano, m. 90), Musampa (Jorge, m. 70); Paunovic (Rodrigo, m. 75) y Fernando Torres.
Árbitro: Puentes Leira. Amonestó a Galletti, García Calvo, Sergi, Cuartero y Simeone.
Unos 30.000 espectadores en La Romareda.
Ibagaza no es el luminoso jugador del Mallorca; que se enchufe o no con Torres fijará el listón del equipo
Novo y Musampa, sin templanza ninguna, apenas tuvieron carrete por las orillas
De entrada, Paco Flores, el técnico local, recurrió a la receta que le hizo triunfar la jornada anterior en Pamplona: por delante de la defensa enquistó a tres medios centros de esos que se enfundan la armadura desde el calentamiento (Generelo, Ponzio y Soriano). Al prescindir de la sagacidad de Cani y Corona, chicos de pies afilados y vista larga, el Zaragoza quedó mutilado en ataque. Galletti, Savio y Villa, tres futbolistas livianos, eléctricos, que se mueven como anguilillas, se quedaron sin suministro. Sin un faro a su espalda, lejos de recibir la pelota al espacio en el que exprimir su velocidad, una y otra vez recibieron el balón al pie, y no siempre en bandeja de plata, ni muchísimo menos. Recortados sus argumentos ofensivos, el equipo de Flores se quedó a expensas de sus dos lustrosos centrales, Álvaro -un defensa que merece mayor amplificación mediática- y Milito -muy sobrio y con un carro de recursos-. Los dos sostuvieron con eficacia las aceleraciones rojiblancas, tan esporádicas como confusas.
Pese a su mayor empeño, en muchos aspectos del juego el Atlético estuvo tan nublado como su rival. Manzano, como ya hiciera en su etapa en Mallorca, es de los pocos técnicos que recurre a un único tapón defensivo por delante de la trinchera. Ayer le tocó el turno a Simeone, que sólo estuvo escoltado por Ibagaza, el futbolista destinado a guiar a la tropa. Pero Ibagaza aún no es el pillo y luminoso jugador que desde Son Moix enganchó con toda la afición española. El tiempo dirá si el traje del Calderón le viene largo, pero aún no ha aparecido en plenitud. Y el Atlético, que no va cargado de sobresalientes, le necesita con tanta urgencia como Fernando Torres, tan poco alimentado como Villa en la otra punta. Es precisamente la química entre Torres y el medio argentino la que puede medir el tránsito del Atlético en el campeonato. Que se enchufen o no fijará el listón del equipo. Por ahora no se encuentran.
En La Romareda, fuera por una cuestión de pizarra, por la incomprensión de quienes le rodearon en el césped o por su propia culpa, Ibagaza fue incapaz de hacer un corro con sus compañeros para que así el juego tuviera pausa y algo de sentido. Sin remedio, el equipo que intenta pulir Manzano se atascó de mala manera. Novo y Musampa, sin templaza ninguna, apenas tuvieron carrete por las orillas y, finalmente, el juego discurrió de forma dislocada en la zona central, con Simeone y Ponzio a toque de corneta como máximos exponentes del empachoso barullo general.
Ni siquiera el trueque ordenado desde ambos banquillos mediado el segundo tiempo puso algo de brillantina al encuentro. Flores por fin dio vidilla a Cani en lugar de Soriano; Manzano puso algo más de picante y tiró de Jorge en lugar de Musampa. En principio, una apuesta de lo más atractiva, al sintonizar al canario junto a Ibagaza. Pero ni así se rebajó el tedio. Desplazado a la izquierda, el argentino mantuvo el mismo tono oscuro y los locales jamás encontraron una vía por la que auparse en el juego.
De cara a la portería enemiga, el equipo de Flores no existió de principio a fin. Tardó media hora larga en rematar, aunque fuera mal, a la portería rojiblanca, un balneario para el recuperado García Calvo, que seguramente pase mayores aprietos en los entrenamientos que anoche en la capital aragonesa. Encima, Savio, uno de los fichajes rutilantes del Zaragoza en su regreso a la cima, emitió pésimas señales, tanto físicas como tácticas. Y poco más hizo el Atlético, a la carrera por todas las zonas del campo, sin tino alguno ante un rival tan famélico, al menos en la olvidable noche de ayer.
En medio del follón y de una noche tan birriosa, los dos porteros, Juanma y Lainez se dieron a la buena vida, en una noche de campo y playa para ellos, para desgracia de la afición local, que lleva tres meses castigada en las dos porterías de La Romareda. Y nuevas incertidumbres para el Atlético, pese a su cómoda clasificación. Hoy por hoy, el juego no le distingue del montón.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 4 de enero de 2004