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MATANZA EN MADRID | Las víctimas

SAÚL VALDÉS RUIZ / 44 años sin vacaciones...

Apenas 13 años rotos por una bomba. Con toda una vida por delante. La de Sanaa Ben Salah Imadaquan, nacida en Madrid, hija de inmigrantes marroquíes, estudiante de ESO, con muchos amigos españoles, que quería ser veterinaria y tenía un sueño: visitar a sus primas en Palestina. Un matrimonio. El de Sonia y Roberto, que viajaban juntos, aunque a ella no le gustaba ir en tren, y porque él prefería acompañarla con tal de que no lo hiciese sola. Sonia era una cuidadora de niños vocacional, la menor de siete hermanos que la llamaban cariñosamente Moñiguita. Roberto tenía dos pasiones: Sonia y el Atleti. Con decir que llamó Sacchi a su perro por un antiguo entrenador de su equipo... Y otro matrimonio: el de los hondureños Saúl y Laura. Vivieron juntos y murieron juntos. Él nunca tuvo vacaciones en sus 44 años. Ella, tampoco en sus 37. Los que vivieron.

Saúl Valdés, albañil hondureño, tenía 44 años, y Laura, su segunda esposa, era el amor de su vida. Es lo que dicen sus primos Lesly y José. Saúl no tomaba el tren habitualmente, pero justo el día anterior al 11-M tuvo que llevar el coche al taller porque le habían forzado las cerraduras. Y Saúl tomó el mismo convoy que Laura. Se querían mucho y murieron juntos.

Saúl era alto y fibroso. Tenía los dientes muy blancos. Se le veían mucho porque sonreía mucho. Pero nunca supo lo que eran unas vacaciones, ni aquí ni en Honduras. Vino a España hace 13 años. Había conseguido ser autónomo y sus jornadas eran de más de 12 horas: instalaba el gas, enyesaba, levantaba paredes, ponía pavimentos...

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Trabajaba domingos y festivos y sólo paraba para comer los platos que le cocinaba Laura. Lo hacía en el piso de Vallecas que había ayudado a construir con sus propias manos. En el pequeño salón comedor oscuro, lleno de humedades, con su televisor en color, hay una pléyade de figuritas de cerámica y vidrio y el título enmarcado que acredita que su hijo Saúl, de 12 años, sabe lo que es la seguridad vial. Porque en el piso de Vallecas vivían tres Saúles: el padre y dos hijos llamados como él. Saúl, de 21 años, nacido en su primer matrimonio, y Saúl, el chico. Y también las otras dos hijas que Saúl tuvo con Laura.

A Saúl padre, que había aprendido el oficio con su tío, le gustaba bailar bachata. Y el agua. Darse chapuzones en la piscina municipal con sus hijos. No había más vacaciones. Quedaba mucha hipoteca por delante y había que mandar dinero a Honduras para el resto de la prole. En San Pedro Sula, su ciudad natal, quedaban cuatro hijos más. Y dos nietos que no llegó a conocer. Tenía planeado el gran viaje. En junio sabría cómo eran los hijos de sus hijos.-

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 24 de marzo de 2004