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MATANZA EN MADRID | Las víctimas

LAURA RAMOS LOZANO / ... Y la obsesión por que sus hijos estudiasen

Apenas 13 años rotos por una bomba. Con toda una vida por delante. La de Sanaa Ben Salah Imadaquan, nacida en Madrid, hija de inmigrantes marroquíes, estudiante de ESO, con muchos amigos españoles, que quería ser veterinaria y tenía un sueño: visitar a sus primas en Palestina. Un matrimonio. El de Sonia y Roberto, que viajaban juntos, aunque a ella no le gustaba ir en tren, y porque él prefería acompañarla con tal de que no lo hiciese sola. Sonia era una cuidadora de niños vocacional, la menor de siete hermanos que la llamaban cariñosamente Moñiguita. Roberto tenía dos pasiones: Sonia y el Atleti. Con decir que llamó Sacchi a su perro por un antiguo entrenador de su equipo... Y otro matrimonio: el de los hondureños Saúl y Laura. Vivieron juntos y murieron juntos. Él nunca tuvo vacaciones en sus 44 años. Ella, tampoco en sus 37. Los que vivieron.

Laura Ramos tenía 37 años, era hondureña y recorría Madrid limpiando oficinas, bancos y empresas. Pero, sobre todo, era la esposa de Saúl Valdés y la madre de sus hijos.

Ella, la mujer de los ojos rasgados y brillantes, había seguido a su marido en la aventura de conseguir un futuro: hace 10 años se reunió con él en España y, poco a poco, cuatro de sus hijos fueron llegando: primero, acamparon en el salón de la abuela, y después, se instalaron en el piso que ayudó a construir el padre en Vallecas. Son Saúl, de 21 años, aprendiz de electricista, hijo del primer matrimonio del padre; Kennia, de 16, una futura esteticista; Nixma, de 14, y Saúl, de 12.

Laura, que había conocido a Saúl en Choloma, su aldea natal, vivía obsesionada con una idea: que sus hijos estudiasen. "Eran su vida", recalca orgullosa Lesly, su prima. "La pareja tenía problemas económicos, pero eso los unía, les hacía tener metas juntos", recuerda José, el tío de los niños.

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A veces, Laura trabajaba 12 horas diarias. Otras, tenía las mañanas libres. Como la semana anterior a su muerte. Dependía de la demanda de la agencia de limpiezas que la tenía en nómina. Pero el 11-M tomó el tren muy de mañana. Hubiera vuelto a casa a mediodía. Se metía en la pequeña cocina, en la que todo está en orden, para prepararle la comida a Saúl. Podía estar cansada, pero nunca perdía el humor.

"Pórtate bien y cuida a tus hermanos". Laura siempre le decía eso a Kennia. La adolescente que cumplió 16 años tres días después de que murieran sus padres. La cría a la que se le han apagado los ojos, clavados a los de su madre. La futura peluquera que intentó experimentar con los hermanos, pero sólo su madre se dejó. Ella no lo olvidará: "Mamá tenía un cabello moreno, largo y rizado. Precioso".-

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 24 de marzo de 2004