1. Vaya por delante que está claro que el director de un teatro público tiene que gozar de una libertad total a la hora de programar y esa programación debe estar hecha en función de sus criterios y compromisos artísticos, éticos, estéticos, ideológicos, morales..., por tanto, el único responsable de las consecuencias en cuanto a la aceptación o no de esa programación. El caso de Berlín es de autocensura por parte de la directora del teatro, pero del mismo modo que el artista nunca debe ceder a las crisis de prepotencia de los políticos, los políticos y los programadores nombrados por ellos en ningún caso deben ceder ante las histerias de los terroristas. Si no, apaga y vámonos. En este caso sólo hay una salida: cese fulminante para la directora que se ha autocensurado. Sólo el público y la crítica pueden decir si el espectáculo es válido o no.
2. Los límites que un director se puede poner son los propios de los compromisos artísticos de cada uno y un director no tiene por qué tener ningún tema tabú. He visto montajes en los que la escatología era la vedette del montaje, lo que me producía aburrimiento, pero nadie tiene derecho a armarla porque algo no guste. Es muy grave para todos que en Europa sucedan estas cosas, es un insulto a la inteligencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 29 de septiembre de 2006