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Editorial:

Fracaso en Bagdad

Una bomba mató ayer a dos diputados iraquíes en la cafetería del hiperprotegido Parlamento, dentro de la supuestamente segura Zona Verde. Horas antes, un camión hacía explosión en uno de los principales puentes de Bagdad, el de Sarafiya, causando la muerte de ocho personas. La estrategia de la Administración de Bush de aumentar las tropas americanas para patrullaje y control dio muestras ayer de su rotundo fracaso. Puede que haya frenado las matanzas sectarias en la capital de Irak, pero no ha detenido las bombas y ha expuesto más a los soldados americanos, que consiguientemente sufren más bajas.

Los civiles iraquíes viven en una situación límite, según ha denunciado la Cruz Roja, debido a la inseguridad extrema, los cortes de luz o la falta de médicos que han huido. El "inmenso sufrimiento" de la población vulnera las leyes humanitarias que deberían hacer respetar tanto la potencia ocupante, Estados Unidos, aunque ya no lo sea formal pero sí efectivamente, como los propios insurgentes. Una gran parte de la ciudadanía se ve sometida a estos fuegos cruzados, a los que se añaden los desplazamientos de población en algunas partes del país y en barrios del propio Bagdad en unas acciones de limpieza étnica poco disimuladas que dificultarán sobremanera el regreso a la convivencia bajo un único Estado de chiíes, suníes, kurdos y otras minorías. Cuatro años después de la caída de Bagdad, la guerra se ha convertido en un desastre inducido por el invasor americano.

Incluso el Pentágono empieza a dar señales de agotamiento y falta de medios. El anuncio por el secretario de Defensa, Robert Gates, de que se ampliarán los turnos de servicio de los soldados americanos en Irak y Afganistán a 15 meses, frente a los 12 actuales, es un reconocimiento de que Estados Unidos ha alcanzado sus límites en el despliegue efectivo, aunque vaya a aumentar el número de marines y de soldados. Que tres generales, hasta ahora, hayan rechazado encargarse de la coordinación de la guerra y la reconstrucción de Irak y Afganistán puede también constituir un signo del distanciamiento de los militares.

Mientras, la Cámara y el Senado se disponen a pactar una resolución de compromiso que vincule fondos suplementarios para la guerra al compromiso de una retirada a fecha fija, como más tarde en septiembre de 2008. El presidente ha asegurado que la vetará. Si lo hace, la guerra se quedará sin fondos suficientes. Todo apunta al desastre de esta estúpida guerra por la que los responsables de lanzarla deberían rendir cuentas.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de abril de 2007