Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
LAS COLECCIONES DE EL PAÍS

Poeta del espacio

Sin duda, uno de los artistas españoles más importantes y universales del siglo XX, la contribución de Eduardo Chillida a la escultura de la segunda mitad de dicha centuria ha sido esencial. Fue uno de los primeros en comprender y desarrollar el legado creador de Picasso y Julio González en la escultura en hierro, y lo hizo de una forma muy personal, extrayendo lo mejor de las hondas resonancias de la rica y antigua cultura vasca y actualizando este legado desde la perspectiva moderna más exigente.

Pero, además, también fue trabajando otros materiales, como la madera, el barro, el alabastro, con los que logró asimismo singulares aportaciones. Maravilloso dibujante, dotado de un grafismo inconfundiblemente suyo, Chillida trató con tanta delicadeza la obra sobre papel que consiguió que ésta gravitara aligeradamente como una escultura. Por otra parte, su manera de activar poéticamente el espacio le permitió moverse con naturalidad en cualquier escala, por lo que sus obras más monumentales no han tenido nunca dificultad para integrarse en el medio urbano y, lo que es más raro y difícil, en los enclaves paisajísticos más comprometidos, como se puso de manifiesto, por ejemplo, con su justamente célebre Peine del viento, del que ahora se cumple el 30º aniversario de la instalación en su ciudad natal.

Reconocido internacionalmente desde la década de 1950, la obra de Chillida está representada en los mejores museos de arte moderno del mundo y son muchas las ciudades de todo el orbe donde hay esculturas suyas en privilegiados lugares públicos. Tuvo una estrecha relación amistosa con destacadas personalidades del arte, la poesía y la filosofía, desde Gaston Bachelard o Jorge Guillén a Heidegger o Cioran, con los que colaboró en empresas creativas de primer rango. Era, en fin, un hombre comprometido, inquieto, culto y reflexivo, pero, a la vez, bueno y sencillo. Por todo ello, se puede afirmar que Chillida no sólo fue ejemplar en el terreno artístico, sino que nos ha dejado una profunda huella humana orientadora en cualquier dimensión, como, por lo demás, les suele ocurrir a todos los grandes creadores.

Estoy convencido de que se sentiría feliz de que su acreditadísima obra no sólo estuviera al alcance visual de todo el mundo, sino, como ahora, se pudiera integrar en el entorno cotidiano de la mucha gente que le admiró y admira.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 10 de junio de 2007