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POEMAS DE MELANCOLÍA Y DESPEDIDA | El legado de un escritor

NUNCA

¿Hemos de sacrificar a la doncella

en el altar de un dios que reclama su sangre

para confirmar su poder sobre nosotros,

y comprobar que su grandeza

no sufre menoscabo con el paso del tiempo?

Rómpase la grandeza del dios en mil pedazos,

que la lepra corroa la púrpura que cubre

su soberbia figura,

y que su eternidad se reduzca a ceniza.

Y prevalezca la sencilla gracia

de la doncella viva, fugaz, irrepetible,

su sonrisa tan clara,

su alegría

que ella no sabe efímera, y por tanto

es en su ser presente inmortal un instante.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de febrero de 2008