El avión, un bimotor turbohélice CN-235 fabricado por la compañía CASA, había partido a las 9.37 del aeropuerto de Melilla con algo más de media hora de retraso sobre el horario previsto. Llevaba sus 44 plazas ocupadas y una tripulación de tres personas: piloto, copiloto y una azafata. A las 10.00, el comandante entró en contacto con el servicio de aproximación del aeropuerto. A las 10.14, éste pidió al piloto que pasase a la frecuencia de la torre de control.
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A las 10.15, el personal de la torre de control observa que no tiene ninguna comunicación del avión, y llama. El piloto les informa de que, debido a un fallo de motor, va a proceder a un aterrizaje forzoso. "El vuelo había sido muy normal, pero unos minutos antes de llegar a Málaga observamos que la hélice izquierda había dejado de funcionar", explica Francisco Gabaldón, uno de los pasajeros.
Dos minutos después, a las 10.17, el avión cae fuera del recinto del aeropuerto, a 230 metros de la cabecera de la pista de aterrizaje, invadiendo dos carriles de la carretera N-340, por la que afortunadamente no circulaba ningún vehículo. En su caída, se había arrastrado unos 200 metros por un descampado, derribando balizas de señalización para el aterrizaje de aviones.
"Yo venía leyendo, y en ningún momento dijeron que íbamos a hacer un aterrizaje de emergencia", cuenta Inocente Lorite, otro pasajero. "De pronto aquello se pone a dar golpes, primero leves y después muy fuertes. Luego todo quedó revuelto y con un fuerte olor a gasolina".
A pesar de que la nave llevaba aún 300 litros de queroseno en sus depósitos, no se produjo ninguna explosión. Los bomberos de Málaga recibieron el aviso un minuto después del impacto. Tardaron siete minutos en llegar, según la versión de la Delegación del Gobierno en Andalucía. En este tiempo, tres trabajadores de la Dirección General de Carreteras (DGT) que se encontraban en el lugar prestaron los primeros auxilios a los ocupantes. "Cuando yo llegué", explica Francisco Guzmán, uno de ellos, "no había nadie. Me asomé y vi a los pilotos, que estaban dentro todavía. Uno de ellos, el comandante, había roto el cristal de la cabina con la cabeza en el choque. Estaba todo lleno de sangre".
"Entre los dos compañeros y yo", añade, "sacamos a 25 personas, entre ellos un niño de tres años. Con el impacto, los asientos se habían desplazado hacia delante, obstaculizando las salidas de emergencia. Cuando conseguimos entrar, nos encontramos un espectáculo horrible, sobre todo en la parte delantera, porque los pasajeros de esa zona habían quedado aplastados por los asientos. En la primera fila había dos muertos, y en la segunda un hombre anciano también muerto junto a su esposa. A la mujer le cogíamos la cabeza para que no viese a su marido. Estaba muy nerviosa". Los tres fallecidos eran los melillenses Emilio Martínez Plaza, de 67 años, Mohamed Mohamed Uassani, de 46, imán de una mezquita de Granada, y el francés Hervé Troader, de 41 años.
El rescate del pasaje se prolongó durante una hora. Los bomberos tuvieron que practicar una apertura en la parte derecha. "Hubo que retirar primero los asientos de detrás, porque la parte delantera era un amasijo. La mayoría de los pasajeros tenía atrapadas las piernas", explica Guzmán.
A las 10.40 comenzó la evacuación de heridos. Cinco de ellos estaban graves. El que peor iba era el comandante, Mariano Hernández, jefe de pilotos de Binter Mediterráneo, que falleció a las 16.00 horas en el hospital Carlos Haya de Málaga. Los cadáveres se extrajeron del aparato a las 13.30.
A las 16.30, una grúa retiraba de la carretera el avión siniestrado. Sólo entonces se pudo restablecer el tráfico. El corte de la carretera N-340, como consecuencia del accidente, provocó más de 10 kilómetros de retenciones en la autovía de la costa durante seis horas. El aparato cayó a escasos veinte metros del lugar donde se estrelló, en 1982, un avión de la compañía Spantax dejando 50 muertos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 30 de agosto de 2001