Es difícil que un musulmán tenga en estos momentos un juicio justo en Estados Unidos. Desde los atentados del martes, el sentimiento antiislámico sólo se ha traducido en incidentes aislados (entre los que se incluyen dos presuntos asesinatos racistas), pero, para evitar que los prejuicios prevalezcan sobre las pruebas, dos tribunales, en Atlanta y Santa Ana (California), decidieron ayer posponer el juicio de un militante islámico y de un egipcio ante el temor a que el jurado no emita un veredicto justo.
La juez Stephanie Manis, de Atlanta, prefirió posponer el juicio, a la espera de que "los sentimientos y los prejuicios vayan disipándose con el tiempo". El inculpado es un militante islámico negro de 57 años, antes conocido como Rap Brown y que ahora se llama Al Amin. Hace un año fue acusado de asesinar al ayudante del sheriff de Atlanta y de herir a su compañero durante una emboscada. La selección del jurado, que debía haber empezado la semana pasada, ya fue pospuesta justo después de los atentados.
Otro tribunal en Santa Ana suspendió el proceso de selección de un jurado, para el que ya se habían preseleccionado 163 personas, en el caso de un inmigrante egipcio, John Ghobrial, acusado de matar a un niño. El juicio fue aplazado hasta el 28 de septiembre, "hasta que se calmen los ánimos".
Las autoridades norteamericanas hacen lo posible para evitar que se produzcan ataques racistas de cualquier tipo. El presidente George W. Bush criticó los "actos de violencia contra inocentes, porque violan los principios fundamentales islámicos", durante una visita en la tarde del pasado lunes al centro islámico de Washington, la principal mezquita de la capital. "La cara del terror no es la auténtica fe del islam", añadió el mandatario estadounidense.
Bush, que respetó la costumbre musulmana de descalzarse antes de entrar en la mezquita, alabó la labor de la comunidad árabe-norteamericana "por sus increíbles contribuciones a nuestro país", y pidió que todos, "en nuestra ira y emoción, nos tratemos los unos a los otros con respeto".
El director del FBI, Robert Mueller, aseguró que, desde la semana pasada, sus agentes han abierto 40 expedientes por "crímenes de odio". "No toleraremos amenazas a los árabes americanos", dijo Mueller.
La Comisión de Derechos Civiles en Washington ha instalado una línea de teléfono especial para registrar las quejas y agresiones hacia los más de siete millones de musulmanes que viven actualmente en Estados Unidos.
La Asociación para las Libertades Civiles, una organización con fines no lucrativos, ha tenido la misma iniciativa. El centro de abusos de la policía de Florida también ha puesto en pie un dispositivo de asistencia para este tipo de incidentes.
Mientras tanto, las policías locales siguen investigando los sucesos ocurridos en los últimos días: un tendero paquistaní de Dallas (Tejas), asesinado; otro en Phoenix (Arizona) porque tenía una "tez oscura y llevaba un turbante"; tres mezquitas de la ciudad, tiroteadas; una mezquita de Ohio, embestida por un coche; varios incidentes en Austin (Tejas), a los que se suman informaciones sobre insultos a mujeres musulmanas por llevar el velo.
Afganos en California
Algunas comunidades lo llevan peor, sobre todo la afgana. La mayoría vive en California. Muchos de sus miembros huyeron de la invasión soviética en 1979 y ahora se han visto marginados en sus propias comunidades. En Nueva York, algunos restaurantes afganos han cubierto todo lo que pueda indicar su nacionalidad con las grandes banderas norteamericanas que han llenado los comercios de la ciudad. No tienen clientes desde hace una semana.
En Nueva Jersey, el Estado vecino a Nueva York, la mezquita de Al Salam ha sido objeto especial de la policía, tanto por protección como por investigación. Allí acudía regularmente Omar Abdel-Rahman, el imam ciego que cumple condena perpetua por planear volar el túnel Lincoln (que une a Nueva York y Nueva Jersey), y sobre todo por haber organizado el ataque contra las Torres Gemelas de febrero de 1993, en el que murieron seis personas.
Vuelta a la normalidad
En Brooklyn, a pocas estaciones de metro de Wall Street, hay más de 40 mezquitas. Desde hace una semana, el barrio que rodea Atlantic Avenue, donde vive gran parte de la comunidad musulmana de Nueva York, está más silencioso. Hay más policía para vigilar o proteger. La gente habla más bajito, las tiendas no venden tanto. Pero los arábes norteamericanos de este barrio han decidido llevar una vida normal, la misma de antes de los atentados.
Ramadán Hamuda está tomándose un café en la acera, hablando con sus vecinos. "No voy a cambiar nada de mi vida, voy a seguir haciendo mi rutina, y si me miran mal en la calle o en el autobús, haré como si nada, porque la verdad es que nunca han acabado de mirarme muy bien", dice tranquilamente, casi sonriendo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de septiembre de 2001