El Barça desquició Anfield por la flema de Rexach. El laissez faire de Charly ha contagiado al equipo, que ha aprendido a relativizar las cosas, a no apurarse, a desdramatizar, a jugar a favor de corriente y a celebrar victorias históricas como la de ayer con el mismo humor que se habría encajado una nueva derrota. Quizá para ganar en Anfield se necesitaba precisamente la sangre fría del Barça de Rexach, al que le parece dar lo mismo el campo del Liverpool que el Insular de Las Palmas. Los azulgrana digirieron con paciencia un arranque que amenazaba catástrofe y, con un gol de por medio que cambió el partido de cabo a rabo, acabaron por disecar al rival, tal que fuera una pieza de caza codiciada como ninguna. Nunca el Liverpool se había sentido tan ridículo, desmitificado como un equipo campeón, inaccesible en su feudo, referente para los resultadistas.
LIVERPOOL 1| BARCELONA 3
Liverpool: Dudek; Carragher, Hyypia, Henchoz, Riise; Murphy, Gerrard, McAllister (Berger, m.68), Smicer (Litmanen, m.79); Heskey y Owen. Barcelona: Bonano; Christanval, Andersson, Frank De Boer, Coco; Gabri (Rochemback, m.65), Xavi, Cocu; Kluivert (Reiziger, m.88); Rivaldo y Luis Enrique (Overmars, m.16). Goles: 1-0. M.27. Owen aprovecha un pase de Smicer y cruza por bajo. 1-1. M.41. Kluivert empalma desde el punto de penalti tras recibir un pase por encima de un defensa de Rivaldo. 1-2. M.65. Rochemback empalma un tiro duro y a media altura desde fuera del área tras una combinación con Kluivert y Rivaldo. 1-3. M.84. Pase de Xavi a Overmars que salva la salida de Dudek y marca. Árbitro: Hellmut Krug (Alemania). Mostró tarjeta amarilla a Luis Enrique, Gabri y De Boer. Estadio de Anfield Road. Lleno. Unos 45.000 espectadores.
A Rexach le trae al pairo la cháchara del fútbol, y también la mística. En cada partido actúa de acuerdo a las circunstancias. Hoy por hoy el Barça es un equipo que va cambiando de pelaje, imposible de descifrar. Poner los jugadores en la cancha resulta complicado incluso después de saberse la alineación. Y, una vez que la pelota está en juego, es difícil adivinar por dónde irán los tiros de tan camaleónico que es el equipo.
Al entrenador del Barcelona le dio ayer por colocar a un central en una banda (Christanval) y el equipo se descolocó desde el lateral derecho hasta el extremo izquierdo. Víctima de su indefinición y falto de estructura, aunque no de calidad, el Barça quedó medio partido a merced de la hinchada de The Kop, el fondo norte de Anfield, hacia donde atacaba un Liverpool imparable, jaleado por una afición que reclamaba excitada la llegada de Owen, el disparo de Gerrard, el cabezazo de Heskey, el centro de Riise. No jugaba el Barcelona, sometido, espantado, perdido frente a los reds, un equipo mucho mejor posicionado, más trabajado tácticamente, directo y agresivo.
La vigorosidad del Liverpool contrastaba con un Barça confundido y pusilánime, incapaz de tener la pelota, vencido en todos los duelos que planteaba la contienda. Owen estuvo majestuoso en la jugada del primer gol. Le guiñó el ojo a Smicer mientras se perfilaba y el checo se la puso que ni pintada. A la que el delantero que le disputa el Balón de Oro a Raúl contactó con la pelota ya había ideado la jugada: le cogió la espalda a Frank de Boer y tocó antes de la llegada de Bonano, abatido de forma irremediable por la picardía, la habilidad, la rapidez y la facilidad de ejecución de Owen.
The Kop rugió como en los viejos tiempos y Anfield entero acabó gimiendo por el acoso de los reds, a los que sólo un escorzo de Cocu negó un segundo gol que parecía inevitable. Torturado por el Liverpool y martirizado por el árbitro, el Barcelona iba actuando como podía sobre la marcha. A la larga, la lesión de Luis Enrique y la entrada de Overmars ayudó al equipo a centrarse, ubicarse y ganar. El Barça abrió más el campo, Riise tuvo que acabar retrocediendo y el Liverpool entero puso el retrovisor. El fútbol de anticipación, vivaz y dinámico de los reds se imponía al de conservación de los azulgrana. El gol se cantaba en The Kop. La grada sur entendió, sin embargo, que la portería de Dudek corría igual peligro.
Para el Barcelona el empate llegó en el momento justo. Cuando peor daño le podía hacer al Liverpool. Overmars tocó para Rivaldo, el brasileño se hizo un autopase y antes de que pudiera contactar de nuevo con la pelota, apareció Kluivert y la engatilló a la red. Así de improvisado, así de espontáneo. Así era el Barça. El tanto desmontó a los reds. Anfield enmudeció porque el Barcelona había traspasado al Liverpool el miedo a perder. Ahora eran los ingleses los que cazaban moscas ante el juego control de los barcelonistas, más puestos, más confiados, mejor dirigidos por Xavi.
Es cierto que Owen falló un gol cantado, pero Kluivert también había perdonado ante Dudek, de manera que el tanto de Rochemback no pilló a nadie desprevenido, no por su autor, sino porque el Barcelona le había cogido el hilo al partido y ponía al descubierto la vulnerabilidad del Liverpool, que por primera vez aparecía como un equipo plano, falto de fútbol y también vacío, sin espíritu, bailado en su propia cancha para desdicha de la hinchada, que acabó aplaudiendo al Barça por el rondo del segundo tiempo. A la que les quitaron los dientes, los reds parecieron unos jubilados. Tocó, jugó y se paseó el Barça por Anfield hasta adornarse con un tercer gol de Overmars, el hombre del partido, que le proporcionó el marcador de impacto que buscaba Rexach para convencer a los escépticos. Ya tiene el Barça la tarjeta de visita que quería para poder presentarse en todas partes: 1-3 en Anfield.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 21 de noviembre de 2001