Con Raúl a la cabeza, el Madrid superó a un gran Deportivo, o por lo menos al equipazo que le puso en graves dificultades durante el vibrante primer tiempo. Partido magnífico, de primer orden, lleno de detalles y de pujanza, con un golazo de Zidane que quedará en la memoria. Eso es lo ocurrió en Chamartín, donde el Madrid se confirmó como favorito indiscutible al título. Mientras sus estrellas sigan enganchadas a su mejor juego, será difícil detener a un equipo que ha pasado del cero al infinito en apenas dos meses.
REAL MADRID 3| DEPORTIVO 1
Real Madrid: Casillas; Michel Salgado, Hierro, Pavón, Roberto Carlos; Makelele, Helguera (Celades, m. 82); Figo, Zidane (Guti, m. 89), Raúl; Morientes (Solari, m. 71). Deportivo: Molina; Héctor, Donato, Naybet, Romero; Sergio, Mauro Silva; Víctor, Valerón (Djalminha, m. 60), Fran (Pandiani, m. 80); Makaay (Diego Tristán, m. 60). Goles: 1-0. M. 5. Error de Naybet que aprovecha Raúl para ceder a Morientes, quien remata ante la salida de Molina. 1-1. M. 6. Penalti de Pavón sobre Víctor que transforma Makaay. 2-1. M. 8. Zidane recoge un balón en el área del Deportivo, en la que rompe con amagos a Héctor, y dispara de izquierda con fuerza. 3-1. M. 61. Raúl se deshace de dos rivales y remata con la derecha. Árbitro: Undiano Mallenco. Amonestó a Donato, Morientes, Héctor, Hierro y Djalminha. Lleno en el Bernabéu, unos 80.000 espectadores. El presidente del Gobierno, José María Aznar, presenció el partido desde el palco.
Por encima del resultado, el partido ofreció una lectura que refiere al saludable estado de la Liga española. Dos de los mejores equipos de Europa explicaron punto por punto la razón de su prestigio. La grandeza del duelo radicó en la abrumadora generosidad del Madrid y del Deportivo, que nunca especularon con el juego, hasta el punto de desestimar sus carencias para favorecer aquello que les distingue. En el caso del Madrid se trata de la inspiración, de la maravillosa capacidad de sus estrellas para inventar y acercar el fútbol a la categoría de arte. En el Deportivo es la armonía colectiva, su creativo centro del campo y la certeza de su poderío. Diez años han bastado para trasladar al equipo gallego al primer escalón del fútbol, donde ya no pide perdón a nadie. Se sabe temible y no tiene miedo de demostrarlo. En el Bernabéu, por ejemplo, donde tantos equipos se acomplejan.
Con estos antecedentes, el encuentro alcanzó cotas memorables en algunos momentos, como sucedió en el arranque, veinte minutos trepidantes que pasarán a la antología de este campeonato. Los tres goles fueron consecuencia del vértigo, no un vértigo cualquiera sino un desbordante monumento a la precisión. El Deportivo salió con un plan que le funcionó perfectamente. A través de Makaay buscó la velocidad. Con Héctor y Víctor percutió una y otra vez por el lado de Roberto Carlos, que en la primera media hora no fue ni carne ni pescado, y eso es lo peor que le puede suceder al gran lateral brasileño. Ni defendió ni atacó en aquellos instantes, y a su alrededor se generaron dudas que afectaron a Pavón y Helguera. Ese desequilibrio fue evidente en muchas fases del partido, pero también es cierto que la figura de Roberto Carlos comenzó a crecer hasta hacerse capital en el juego de ataque del Madrid.
El plan del Madrid estuvo relacionado con la intuición de gente como Raúl, Zidane y Figo, protagonistas constantes del juego de ataque blanco. A la cabeza de los tres se colocó Raúl, cuya capacidad de arrastre resultó decisiva durante todo el encuentro. De nuevo se dedicó a las pequeñas cosas, sin descuidar las grandes. En este maravilloso partido Raúl denunció la injusticia que ha sufrido en las designaciones de final de año. Ni Owen, ni Figo, ni nadie han tenido la trascendencia de Raúl. Por si acaso, volvió a demostrarlo frente a un equipazo. Raúl fue más astuto que todos los defensas del Deportivo en el pelotazo de Casillas, y especialmente fue más listo que Naybet, que no se recuperó de la jugada en todo el partido. A la astucia, Raúl añadió su sentido del juego. Hizo lo que debía en cada una de sus intervenciones, y a cada una agregó un punto de peligro que provocó pavor en la defensa del Deportivo. Más tarde, cuando el Deportivo dio síntomas de debilidad, Raúl se reservó su momento de gloria en un sombrerito sobre Naybet, lujo que cerró con el derechazo del tercer gol. La hinchada madridista, siempre fría, no pudo reprimir su entusiasmo ante la actuación del delantero y, por primera vez, cantó a coro su nombre. Han pasado más de siete años desde su aparición en el Madrid, siete años para rendirle un homenaje sentimental que debió producirse mucho antes. Pero por algo se empieza.
Entre tanto protagonismo de Raúl, el Deportivo tuvo sus momentos, algunos de ellos muy significativos. Contestó inmediatamente al gol de Morientes en un penalti que puso de manifiesto cierta ingenuidad de Pavón. Desde ahí su actuación en la primera parte fue irreprochable, con una línea media que machacó a la madridista. Makelele no encontraba el instante para achicar agua. Helguera pasó inadvertido, sin sitio en un partido que le superó. El primer tiempo de Mauro Silva, Fran y Valerón fue ejemplar, con la impagable contribución de Makaay, que explotó la lentitud de los centrales del Madrid. Pero el notable fútbol del Deportivo estuvo lastrado por el trascendente gol de Zidane. Primero porque llegó casi inmediatamente después del tanto del Deportivo. Y segundo porque no fue un gol cualquiera. Fue un golazo. Lo comenzó Figo, que jugó francamente bien, y lo terminó Zidane con un recorte hacia adentro, un giro hacia fuera y un zurdazo inapelable. La gente se volvió loca porque había asistido a la obra maestra de un genio.
El gol de Raúl dio finiquito a un gran partido. El Deportivo había decaído algo y no estaba en condiciones para sobreponerse a la adversidad. Su momento había llegado antes, en la primera parte, en la que demostró su condición de gran equipo. Lo que no tiene es la contribución de gente como Zidane, Figo o Roberto Carlos, capaces de ganar cualquier partido en cualquier instante. Y, sobre todo, no tiene a Raúl, el héroe del partido. Como casi siempre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 6 de enero de 2002