La Marcha del Puente sobre el río Kwai, en el hilo de música ambiente previo al partido, anticipó el desastre. Cumplido los 94 minutos de la final, el silbato del árbitro, Mejuto González, sonó como la detonación de una carga de dinamita en los oídos de los jugadores del Madrid. En plena efervescencia por empatar el partido, hombres como Raúl o Hierro se esperaban un par de minutos más para compensar los segundos que ellos creyeron deliberadamente perdidos por los deportivistas -Mauro Silva había reclamado atención médica un momento antes, tras chocar con Helguera-. Por eso, Raúl se dirigió al árbitro, para pedirle explicaciones en su habitual tono de calma contenida. El que no se contuvo demasiado fue Hierro, que echó una carrera de 50 metros a toda mecha para poner firme a Mejuto. Al capitán blanco se le vieron ademanes airados. Protestó durante más de un minuto. Pero para el Madrid, el desastre, estaba consumado.
En el banquillo, Casillas confirmó dos cosas: que no vive su mejor semana como profesional, tras perder el puesto en favor de César, y que es un madridista neto. La confirmación de la derrota lo golpeó fuerte. Se le escaparon las lágrimas y se las secó con los guantes. En el centro del campo, Raúl hizo lo posible por evitar las cámaras y permaneció solo con la mirada perdida en la hierba. Para él, que el lunes se confesó ilusionado con conseguir el triplete, la derrota tuvo consecuencias más dramáticas. Ante el 1-0 del Depor, su reacción fue desaforada. Nadie se revolvió como él contra la adversidad del marcador. Prueba de ello fue su sprint en un contragolpe, y su posterior pelea con Mauro Silva -a quien propinó un sopapo-, Molina y Scaloni. En su intento por llevarse la pelota dio la impresión de ser un hombre poseído.
Los once futbolistas de camiseta blanca que jugaban cuando sonó el pitido se quedaron clavados. Parecían una fotografía, un retrato coral perpetuado en el círculo central mientras los 25.000 hinchas del Depor cantaban "¡Centenario feliz...!".
Esas hachas de guerra y ese silencio de los Ultras Sur también presagiaron cosas terribles, antes del partido. Fue la puesta en escena del grupo fanático del Madrid. Chocante y anodino por contraposición a la horda gallega, que se tomó la final con más sentido del humor. Sin más bandera que sus camisetas a rayas y sus bufandas azules y blancas, cantando sin parar.
Hierro, trajeado para una fiesta que nunca se celebró, fue el primero en salir a repasar el nuevo discurso desde el vestuario del Madrid: "Ha sido un palo muy duro pero no nos vamos a rendir. Este equipo no se va a rendir. Todavía podemos luchar por la Liga y la Liga de Campeones".
Tras de sí, Hierro dejó un vestuario desolado. Solari, Raúl y Figo fueron los últimos en salir. Permanecieron hundidos en la bóveda de neón y carteles luminosos del nuevo vestidor. Morientes apareció pálido y cariacontecido para repetir lo que dijeron todos. Que el Madrid jugó mal, demasiado mal. Que el Depor fue el justo vencedor. Que marcó un gol temprano y nunca perdió el orden para sostener la ventaja. "Esto es para los que decían que la Copa tenía dueño, que lo habían preparado todo para que ganáramos nosotros", protestó.
Como el Madrid proyecta todo en términos faraónicos, la obtención de la Copa no representaba, a priori, más que el cumplimiento de lo que el entrenador Vicente del Bosque denominó "obligación" antes de las semifinales. No había más. La Copa constituía el primer paso hacia metas de mayor magnitud. Era un trámite. Se parecía más a un asiento en la contabilidad de la junta directiva que un hecho azaroso. "Si hubiéramos ganado tampoco cambiarían las cosas", se lamentó César, con la mirada vidiriosa; "tendríamos que seguir ganando todo, ganando el partido del próximo sábado, preparándonos para la Liga...".
La utopía del triplete, surgida de forma natural a propuesta de Florentino Pérez durante una comida con los capitanes Hierro, Raúl, Guti y Álvaro, no sólo fue motivada por el eniversario del club. El centenario tuvo mucho que ver, pero la contratación de Zidane, el supuesto mejor jugador del mundo, por una cifra récord de más de 80 millones de euros, forzó la exigencia de empresas magníficas. Ayer, Zidane salió del vestuario arrastrando un carrito, saludando en voz baja, evasivo. Desapareció en la carpa donde se reúnen los familiares de los jugadores, en busca de sumujer y sus padres.
Como en Puente sobre el Río Kwai, los troncos humeantes del puente dinamitado aparecieron sobre el agua tras el estallido. El Depor se llevó la Copa, y la utopía del triplete, que nunca nadie consiguió en España, flota ahora río abajo.
Hierro: "Han sido superiores"
El Centenario, la historia, la presión, la angustia... Fueron términos utilizados por los madridistas para explicar una derrota que dejó el vestuario hecho trizas. Vicente Del Bosque, el técnico, culpó del fracaso al " ansia de ganar". La emotividad del acto, "excesiva" según él, alteró a sus jugadores "y fue una losa que nos impidió actuar con normalidad", declaró Del Bosque que, como es su costumbre, no hizo ningún gesto grandilocuente.
Pausado, el técnico subcampeón reflexionó sobre la ausencia de tranquilidad que en todo momento tuvieron los suyos: "El fútbol tiene una pausa, una forma ortodoxa de jugar, que nosotros no hemos hecho". Respecto al estado físico de sus jugadores, Del Bosque no emitió críticas alguna: "Todos han sido generosos en su esfuerzo y, a pesar de llevar dos goles en contra, nos hemos rebelado y hemos buscado el empate. Me quedo con el esfuerzo, no quiero poner de excusa el estado físico de los jugadores".
"El Depor ha sido mejor". Así de tajante se mostró Hierro, el capitán, que se fue del césped protestando al árbitro, cambió de tono al salir del vestuario: "Hay que felicitarles porque en el balance general fueron mejores. Levantar un 0-2 es muy difícil y en estas finales el que da primero acaba ganando". Míchel Salgado coincidió punto por punto con lo que declaró su técnico, Del Bosque, y culpó a la anisedad. "Ha podido pesar el Centenario" explicó el lateral madridista. "Sobre todo", continuó "porque hemos querido ganar el partido en diez minutos y ahí lo hemos perdido. Esto es el fútbol, a veces sales muy presionado y no te sale el juego que quieres, mientras que al Deportivo le ha salido todo", señaló.
Como pruyeba de que el discurso resultó unánime en el Madrid, su presidente, Florentino Pérez, se manifestó exactamente en los mismo términos que técnico y jugadores: "Los jugadores han salido muy presionados porque querían resolver el partido rápidamente. Pero hay que decir que el Deportivo ha jugado muy bien, y sólo nos queda felicitarle. No se me ocurre otra cosa que pedir perdón a todos los madridistas que estaban ilusionados. Pero estoy seguro de que nos vamos a reponer y vamos a intentar ganar la Champions y la Liga".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 7 de marzo de 2002