Sólo una hazaña gigantesca en Old Trafford podrá rescatar ya las ambiciones europeas del Deportivo. El cuadro de Javier Irureta se había acostumbrado a repartir lecciones a los ingleses y acabó olvidando que, de momento, es sólo un alumno aventajado. Del Manchester que derrotó el Depor en dos ocasiones hace medio año sólo queda un vago recuerdo. Metido en la fase decisiva de la temporada, el cuadro de sir Alex Ferguson ha recuperado toda su grandeza y anoche la paseó por Riazor con una seguridad y una elegancia insultantes. El Depor se quedó varado ante un rival que reinó de principio a fin hasta dejarle noqueado.
DEPORTIVO 0| MANCHESTER 2
Deportivo: Molina; Scaloni, César, Naybet, Romero; Sergio, Mauro Silva; Víctor, Valerón (Djalminha, m. 68), Fran (Makaay, m. 61); y Tristán. Manchester United: Barthez; G. Neville, Blanc, Johnsen, Silvestre; Beckham (P. Neville, m. 92), Keane (Fortune, m. 44), Butt, Scholes, Giggs; Van Nistelrooy (Solksjaer, m. 75). Goles: 0-1. M. 15. Beckham ve adelantado a Molina y, desde fuera del área, lanza un gran tiro bombeado a la escuadra. 0-2. M. 41. Centro de Silvestre; César, en plancha, no llega a cortar de cabeza y Van Nistelrooy desvía a la red. Árbitro: K. Vassaras (Grecia). Amonestó a Butts, Van Nistelrooy, Scholes, Djalminha y Tristán. Unos 30.000 espectadores. Césped magnífico pese a la tromba de agua previa. Los ingleses llevaron brazaletes negros por la muerte de la Reina Madre.
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Medio año en el fútbol es una eternidad, como demostró anoche el Manchester. Costaba trabajo reconocer en el equipo avasallador de ayer al grupo que en el otoño pasado se empequeñeció en Riazor por voluntad propia. En el tiempo transcurrido desde entonces, el Manchester se ha liberado de inseguridades y ha vuelto a tomar conciencia de su jerarquía. Y en su segunda visita a Riazor esta temporada se comportó como cabía esperar de un equipo de su historia y su poderío. El United ni siquiera esperó a comprobar el estado de salud de su rival. En un alarde de grandeza, tomó el mando del partido desde el inicio y aniquiló todas las ínfulas que había despertado en el Depor su sucesión de exhibiciones ante los ingleses durante esta temporada.
El Deportivo dio la impresión de que no había asimilado muy bien que su rival no era el mismo de hace medio año. Tal vez esperaba un equipo más cauto o especulador, pero lo cierto es que el grupo de Irureta sólo mostró cierta energía en el estallido inicial del choque y, poco a poco, se fue convirtiendo en testigo del paulatino crecimiento de su rival. El Manchester no sólo jugó bien, sino que evitó los defectos más comunes en el fútbol inglés. Nunca perdió el orden ni la paciencia, ni se dejó llevar por esa impetuosidad un tanto ingenua que pierde a veces a los equipos británicos. Más bien, el cuadro de Ferguson se dedicó a tejer el partido con meticulosidad y limpieza. Tocando en el centro o abriendo con precisión a las bandas, colocó al Depor en la misma posición que el conjunto gallego había dejado hace apenas un par de semanas al Arsenal en Highbury: inmovilizado contra la pared por un adversario que convirtió la pelota en un monopolio inabordable.
Para empeorar las cosas al Deportivo, el Manchester sacó provecho muy pronto de su dominio con un latigazo seco, traicionero y de una gran belleza. Beckham es un futbolista un tanto extraño por lo reducido de su repertorio: para jugar en una banda, su incapacidad de desbordar al contrario -el regate apenas lo cultiva- le proporciona a veces la apariencia de un secundario. Hasta que tira un centro o hace un cambio de juego y entonces se puede apreciar que hay pocos futbolistas en el mundo que golpeen la pelota con tal precisión. Su gol, al cuarto de hora, fue tan maravilloso como inesperado. Cogió el balón a más de 30 metros de la portería y lo colocó en la escuadra con una facilidad y una rapidez espeluznantes. Molina ni se movió, literalmente, y el público tuvo una extraña sensación: cuando parecía que la pelota aún rondaba el pie de Beckham, ya estaba acariciando la red.
El Deportivo no se repuso hasta mediada la primera parte y, entonces, volvió a encontrarse otra sorpresa desagradable: la defensa del Manchester no era el muro de papel que se presumía, sino una línea firme y bien organizada, con Blanc y Johnsen como férreos pilares. De poco le sirvieron a Valerón o Sergio sus encomiables esfuerzos para agarrar la pelota y lanzarse al asedio de Barthez. Por el centro nunca acabaron de encontrar a Tristán, muy bien sujetado por la imperturbable zaga inglesa. Tal vez el Manchester podría ser más vulnerable por las bandas, pero ahí Fran y Víctor estuvieron más extraviados que de costumbre. Para acabar de ennegrecer el futuro del Depor, el cuadro de Ferguson volvió a golpear a traición: al borde del descanso, cuando más se afanaban los locales en perseguir el gol, llegó el contragolpe culminado por Van Nistelrooy y la suerte quedó echada para el equipo de Irureta. Nada cambió hasta el final. Al Depor no le faltó entereza ni insistencia para rebelarse contra el destino.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de abril de 2002