Varios políticos demócratas y republicanos que ocupan puestos de responsabilidad en los principales comités del Capitolio comienzan a preguntarse si la política de Bush en Afganistán servirá realmente para construir una democracia en ese país; otros llegan a poner en duda que Bush tenga definida una política para Afganistán después de la campaña militar que acabó con el régimen talibán. Al mismo tiempo, altos cargos del Gobierno de EE UU tratan de blindar a Bush y asumir aceleradamente su parte de responsabilidad en cualquier error de previsión en los meses anteriores al 11-S.
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Una encuesta ha revelado que la mayoría de los estadounidenses culpan ahora al Gobierno por no haber hecho lo suficiente para prevenir los atentados.
Republicanos de tanto peso en el Capitolio como el congresista Henry Hyde, presidente del comité de Relaciones Internacionales, han vinculado la aprobación de ayudas a la reconstrucción de Afganistán a una condición dirigida directamente a George W. Bush: conminan al presidente a que dé explicaciones sobre su estrategia para evitar que ese país entre en una nueva espiral hacia el caos. Hyde ha dejado claro que acepta el envío de fondos -1.000 millones de dólares (1.090 millones de euros)- sólo si el Gobierno "nos entrega un plan efectivo".
El demócrata Tom Lantos, miembro del mismo comité, aseguró al diario The Washington Post que si el Gobierno de Bush no aclara su estrategia, la situación puede deteriorarse "y fracasaremos en la guerra contra el terrorismo en Afganistán". Los congresistas temen que EE UU esté confiando demasiado en jefes militares repartidos por las regiones de Afganistán que se comportan como pequeños dictadores. El Gobierno de Bush se resiste también al despliegue de tropas internacionales más allá de la capital, Kabul, porque temen que esa presencia pueda entorpecer las operaciones militares de los soldados que todavía combaten esporádicamente contra supuestos miembros de Al Qaeda. Los críticos con esta estrategia creen que así nunca se podrán construir instituciones democráticas sólidas.
El portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, insistió ayer en que las fuerzas de paz deben permanecer en Kabul y repitió que la política de Bush sólo busca "que Afganistán sea un país seguro para sus habitantes y para el resto del mundo". Según Fleischer, el presidente cree que eso puede conseguirse "mediante la creación de un Ejército afgano fuerte". "Afganistán tiene que convertirse en una nación soberana y tiene que resolver sus propios problemas, aunque estemos allí para ayudar", agregó.
La encuesta publicada por The Washington Post revela mientras tanto un desgaste en la imagen de Bush como gestor del país. Su nivel de aceptación se mantiene en niveles muy altos (tan sólo ha descendido del 78% al 76%), pero su trabajo se cuestiona: un 46% de los encuestados cree que su Gobierno pudo hacer más para evitar los atentados de septiembre. También ha descendido del 55% al 46% el número de estadounidenses que confía en la capacidad del Gobierno para prevenir nuevos ataques. La mayoría desea también que el Congreso investigue qué sabía el Gobierno antes de los atentados.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 22 de mayo de 2002