Colin Powell libra en silencio una crucial batalla política. El secretario de Estado está casi marginado dentro del Gobierno de George W. Bush, no es invitado a reuniones trascendentales y muchos le dan por vencido en su enfrentamiento con el dúo de la guerra, el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, partidarios ambos de invadir Irak sin atender a la opinión de los aliados europeos y árabes. Powell cree que EE UU sólo tendría garantías de éxito si contara con una gran coalición similar a la formada para la primera guerra del Golfo.
Los militares piensan como él. El secretario de Estado cree que, pese a estar en minoría, aún puede convencer a Bush. El silencio de Colin Powell empieza a ser estruendoso. El vicepresidente Cheney ya ha realizado dos discursos sobre la urgencia de acabar con el régimen de Sadam Husein y el secretario Rumsfeld insiste una y otra vez en que el ataque sobre Irak debe lanzarse con o sin aliados ("ya se nos unirán más tarde, como otras veces", dice), mientras el jefe de la diplomacia estadounidense calla y se encierra en su despacho.
La Casa Blanca, gestionada por Cheney, no le ahorra desprecios: no se le invitó a la reunión celebrada el pasado día 21 en el rancho presidencial de Crawford (Tejas), para debatir la reforma del Ejército y las opciones sobre Irak. "La asesora de seguridad nacional, Condoleezza Rice, informará al secretario de Estado sobre lo hablado en la reunión", dijo el portavoz Ari Fleischer. Y la semana que viene, justo cuando Bush debe tomar una decisión final sobre Irak, será enviado a Suráfrica, Angola y Gabón.
El debate interno sobre Irak se cerrará, probablemente, antes del 12 de septiembre. Ese día, Bush hablará ante la asamblea general de la ONU y se espera que defina su estrategia iraquí ante el resto de la comunidad internacional. A pesar de su alejamiento físico en el momento de las decisiones y de su desventaja frente a Cheney, cuya influencia sobre Bush es casi absoluta, Powell aún no se da por vencido. Ayer hizo saber a su amiga Andrea Koppel, corresponsal diplomática de la cadena CNN, que la "batalla" aún no estaba "perdida". "Seremos persuasivos", dijo a la periodista alguien a quien sólo se identificó como "íntimamente relacionado" con Powell.
Colin Powell deja que sus amigos hablen por él. Y esos amigos son influyentes. Uno de los que abogan por la necesidad de forjar una coalición, con árabes incluidos, antes de lanzarse sobre Bagdad, es el general Norman Schwarzkopf, que en 1991 dirigió la Operación Tormenta del Desierto.
Otro es el general Anthony Zinni, que dirigió el Comando Central del Pentágono y es uno de los marines más condecorados. "Atacar Irak ahora acarrearía muchísimos problemas. Creo que el general Scowcroft, el general Powell, el general Schwarzkopf y el general Zinni pensamos más o menos lo mismo", dijo Zinni la semana pasada. "Podría ser interesante preguntarse", añadió, "por qué todos los generales lo vemos igual, y por qué todos aquellos que nunca han disparado un tiro en una guerra lo ven distinto".
Ése es un argumento de gran calado ante el Congreso y la opinión pública. Bush evitó Vietnam gracias a las influencias familiares, Cheney tampoco combatió, y Rumsfeld estuvo en el Ejército, pero en tiempo de paz. Los tres, sin embargo, son belicistas. Por el contrario, los profesionales de la guerra, incluyendo a los actuales jefes del Pentágono, encabezados por el general Richard Myers (que por su cargo no puede opinar en público, pero cuyas reticencias se filtran a la prensa), piden calma y diplomacia antes de recurrir a las armas. Por el Pentágono circula un chiste que dice que Estados Unidos es el primer país en el que los civiles (Cheney, Rumsfeld y demás) tratan de dar un golpe de Estado contra los militares.
Muchos errores
Cheney y Rumsfeld cuentan con sus propios argumentos para convencer a parlamentarios y ciudadanos: señalan, con cierta razón, que la cúpula militar ha cometido muchos errores en el pasado y tiende a sobreestimar al enemigo. El propio Powell, jefe del Estado Mayor en 1990, cuando Irak invadió Kuwait, proponía inicialmente una operación limitada a garantizar la seguridad de Arabia Saudí, cediendo a Sadam Husein el pequeño emirato petrolero. El ex secretario de Estado Alexander Haig, uno de los pocos ex militares que propugnan guerra inmediata, recomendó el miércoles a Bush, a través de un artículo publicado en The Wall Street Journal, que en lo tocante a Irak no se fiara de los consejos de "quienes tienen un historial con un 100% de errores en esa materia".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 31 de agosto de 2002