En las circunstancias actuales y con los pésimos antecedentes de la última década, sobrevivir a Riazor puede considerarse una conquista casi titánica para el Madrid, que esta vez se libró de la tunda de todos los años cuando más condenado parecía. El empate sin goles disipará por unos días la tormenta que ya amenazaba Chamartín, aunque el estado del Madrid sigue siendo francamente precario.
Con Raúl viendo el partido por la tele, ninguno de los astros del Madrid estuvo a la altura de su fama. No fue la noche de Ronaldo, por supuesto, que falló una ocasión de las que a él no se le perdonan, ni de Figo, que, junto al brasileño, se fue del partido al comenzar la segunda parte. Pero tampoco de Zidane ni de Roberto Carlos, que aguantaron hasta el último minuto bajo la lluvia obstinada de Riazor. Si el Madrid se marchó vivo de su infierno particular fue más por las carencias del Deportivo, falto de creatividad y sin más recurso que buscar infructuosamente a Makaay
El partido echó a andar bajo un incansable aguacero, y dio la impresión de que el tiempo se había detenido en Riazor desde el pasado martes, cuando el Deportivo tumbó al Bayern en medio de otra imponente cortina de agua. Y en un escenario parecido, el duelo también recordó mucho al última cita deportivista en la Copa de Europa. Otra vez un partido muy táctico, emparedado en el centro del campo, con mucha pugna, pocas ocasiones y dos equipos a los que no se podía reprochar nada en cuanto a su actitud, pero que apenas lograron disimular las carencias que les afligen. En el caso del Deportivo parece más claro el diagnóstico. Las ausencias y la baja forma de algunos futbolistas han cegado la imaginación del Depor, previsible y bastante chato en ataque. Ya se sabe que últimamente Makaay las enchufa casi todas, pero el resto del equipo tiene que hacer un esfuerzo colosal para conectar con él. Fran, el enlace con la última línea, se enchufó al partido con esa resolución tan especial que exhibe siempre ante el Madrid. Todo el juego gravitó sobre el veterano zurdo de oro, que mostró algunos detalles magníficos y una dedicación encomiable, a pesar de que la sombra de Makelele lo persiguió sin tregua. Pero le faltó gente que se le asociara y tampoco pudo ocultar sus propias necesidades, casi todas relacionadas con la pérdida de vigor físico, que le condiciona demasiado en el momento de desbordar al contrario.
Si los problemas del Deportivo no son difícilmente localizables, el caso del Madrid pertenece más al campo de los misterios de la mente y el cuerpo humanos. Porque faltaba Raúl, es cierto, pero al Madrid le debería sobrar creatividad con Ronaldo, Figo, Zidane y toda la tropa. Y, sin embargo, el Madrid fue un grupo tan plano y previsible como este Deportivo ostensiblemente mermado. Durante todo el primer tiempo, no hubo noticias de ninguno de los cracks, incluido Roberto Carlos, que se prohibió las aventuras en campo contrario. Bueno, de Ronaldo sí hubo noticias, y no pudieron ser peores. Recibió un balón hacia el hueco detrás de la defensa que le dejaba solo ante Juanmi. Tratándose de quien se trataba, aquello parecía gol o gol. Pero Ronaldo controló tan mal la pelota que dio tiempo a Juanmi a anticiparse. Más tarde se llevaría un golpe en la rodilla, y Del Bosque dio por concluida su jornada laboral cuando se cumplió una hora de juego. Con él se marchó Figo, incapaz de un regate en toda la noche.
Del Bosque no pareció ajeno a ese debate que hay en el Madrid sobre el desequilibrio entre el orden y el talento. En contra de lo anunciado, el técnico no sustituyó a Raúl por Guti, sino que introdujo Solari, pegado a la banda izquierda, y desplazó a Zidane al centro, a una posición más parecida a la que suele ocupar con Francia. El Madrid recuperó la simetría y el equilibrio, además de a Solari, que convirtió su costado en lo más productivo del Madrid. Pero como lo demás fue un páramo, todo el esfuerzo de Solari se volvió inútil. Por momentos, el Madrid hasta pareció resignado, como esperando a que acabase sucediendo lo que siempre sucede en Riazor o, en el mejor de los casos, agarrar un empatito que maquillase la mala pinta del último mes.
Al Deportivo le faltaron otras cosas, pero la fe no la perdió nunca. Como no era capaz de imponerse a la defensa del Madrid, más firme que de costumbre, el Deportivo lo intentó con balones largos o lanzando contragolpes cada vez que recuperaba el centro del campo. No le ayudó mucho el estado del césped, que se fue encharcando irremediablemente. Seguramente toda la convicción del Deportivo, que atacó con mayor fundamento y constancia en la segunda parte, nacía de la esperanza de que, más pronto o más tarde, acabaría apareciendo Makaay. Cada balón que tocó el holandés, despertó la excitación del Depor y encendió la alerta roja en la zaga madridista, que no parecía tener ojos para nadie más. Pero fue muy poco lo que le cayó a Makaay para esperar que ejecutara con la frialdad que acostumbra. Al final, Irureta lo intentó también con Luque, sin que el panorama cambiara en nada. El Madrid aguantó su empate hasta el final, un resultado discreto aunque suficiente en tiempos de convulsión.
DEPORTIVO 0 - REAL MADRID 0
Deportivo: Juanmi; Scaloni, César, Naybet, Romero; Víctor (Duscher, m. 92), Sergio, Mauro Silva, Capdevilla (Luque, m. 82); Fran (Acuña, m. 70); y Makaay.
Real Madrid: Casillas; Salgado, Hierro, Helguera, Roberto Carlos; Figo (Miñambres, m. 64), Makelele, Cambiasso, Solari (Guti, m. 90); Zidane; y Ronaldo (Morientes, m. 64).
Árbitro: Muñiz Fernández. Enseñó cartulina amarilla a Fran, Ronaldo, Víctor y Makelele.
Lleno en en el campo de Riazor, unos 34.000 espectadores.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de noviembre de 2002