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Reportaje:Tensión en la Rías Bajas | CATÁSTROFE ECOLÓGICA EN GALICIA

"¿Dónde está el Gobierno? ¿Es que esto no es España?"

La falta de medios dispara la tensión en las Rías Bajas, donde marineros, empresas y ayuntamientos suplen la ausencia del Estado

Un sueño -o más bien una pesadilla- anarquista recorre las Rías Bajas. Desde Arousa hasta Vigo, de las cofradías de pescadores a los ayuntamientos, de los puertos a las tabernas, se escuchaba ayer la misma pregunta: ¿Dónde está el Gobierno? Los empresarios de la construcción y las instituciones locales ponían los contenedores, las grúas, las ambulancias y el personal de Protección Civil.

Las mariscadoras de O Grove repartían guantes y mascarillas comprados con aportaciones del municipio, la cofradía y los hosteleros. Y, además, tendían en el mar la barrera de protección que ellas mismas habían tejido durante toda la noche, con material plástico y bolsas rellenas de mantas viejas. En el mar, los hombres se batían el cobre emponzoñándose de fuel. ¿Y el Gobierno? ¿Dónde está el Gobierno?

El Gobierno sobrevoló ayer el espacio aéreo de O Grove. El honor le correspondió al ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, que acudió veloz en helicóptero a la cercana isla de Sálvora para explicar a los periodistas los próximos esfuerzos de su departamento a fin de recuperar el parque nacional de las Islas Atlánticas. A los informadores les había recogido un barco en O Grove, y a la vuelta, el ministro les acompañó a bordo. Pero en lugar de volver al punto de partida, atracaron en Cambados, un puerto vecino. El Gobierno no tenía ayer demasiadas ganas de pisar O Grove, el gran paraíso marisquero de Galicia, la puerta sur de la Ría de Arosa y, ahora también, un pueblo rabioso y desolado.

Horas antes de la llegada de Matas, el puerto de Meloxo, donde descargaban el chapapote los pescadores de O Grove que lo recogían del mar, parecía un escenario bélico. Hombres con ropas de aguas verdes embadurnados de negro hasta la cabeza, grúas y montacargas corriendo sin parar de un lado a otro, mujeres repartiendo bocadillos y mascarillas, ambulancias prestas para intervenir...

En los contenedores, el fuel había servido de tinta para hacer pintadas pidiendo la dimisión del presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga. Dos jóvenes mariscadores, Javi Rey y José Luis Torres, también usaron el chapapote para escribir con sarcasmo en sus ropas de agua: "Vota PP". Los dos venían del mar, de recoger manchas de fuel con cubos de goma, y repetían a voces la pregunta del día: "¿Pero dónde está el Gobierno español? ¿Es que nosotros no pertenecemos a España? ¿Es que quieren obligarnos a hacernos independentistas?". Por todas partes, los mariscadores abordaban a los periodistas para soltar imprecaciones: "¿Dónde está Rajoy? ¿Ya no se acuerda de que vino aquí para casarse en el hotel de A Toxa? ¿Por qué no vuelve, por que no viene ahora?".

"De todo lo que ve alrededor, el Estado no ha puesto nada", decía el alcalde de Pontevedra, el nacionalista Miguel Fernández Lores. "Nosotros hemos tenido que repartir contenedores entre varios municipios vecinos porque nos los pedían desesperadamente".

El símbolo de lo que estaba ocurriendo era la grúa del puerto. Funcionaban todas las demás, las que habían puesto los constructores y los bateeiros, pero la grúa pública no tenía quien la dirigiese.

Y en este estado anárquico de las cosas, la oposición hacía las veces de Gobierno. El diputado autonómico Francisco Trigo, también del BNG, como el alcalde de Pontevedra, llamó por su teléfono móvil al consejero de Política Territorial de la Xunta, Xosé Cuiña, para que diese órdenes de poner en marcha la grúa. Dos horas después, seguía silenciosa en medio del trajín.

"Hay medios", contradecía la impresión general el presidente del PP de Pontevedra, Rafael Louzán, también a pie de obra. "La empresa Tragsa y la Diputación han puesto contenedores. Pero ahora no es momento de mirar atrás, sino de que todos arrimemos el hombro".

Camino de la entrada de la ría, navegando entre la flota de bateas mejilloneras que surca toda Arosa, Raúl Caneda se sonríe irónicamente: "Todo esto es increíble. Al Estado no le importa que esté en peligro una de las mayores riquezas ecológicas del mundo".

Raúl va en el barco de su padre, uno de los mejilloneros que luchan contra la marea negra, y en el horizonte se otea la gran flota de pesqueros que defiende valerosamente contra el vertido la entrada de la ría en sus dos orillas.

Por la radio del barco de Raúl se escucha a una mujer de la asociación de mejilloneros repartiendo instrucciones a toda la flota. La mancha no es muy grande, tal vez de unos 20 metros de largo y cinco de ancho, pero está muy espesa. En unos minutos, la grúa del barco llena un contenedor de obra y vira para regresar a puerto. Apoyado en la borda de babor, un marinero tira sobre cubierta unos guantes petroleados. "¡Vas a arruinar al Estado español!", le espeta un compañero. "Mientras el Estado no me arruine a mí...", responde el otro carcajeándose. "Ya se sabe, en estos países del Tercer Mundo...".

En la lonja de O Grove, Mari Carmen, una directiva de la asociación de mariscadoras, reparte mascarillas, botas, rastrillos... Apenas ha dormido, porque se pasó la noche cosiendo la barrera artesanal para defender sus bancos de almeja. "Llevamos dos semanas pidiendo ayuda y nadie nos ha mandado nada. Decían que las Rías Bajas no corrían peligro. Y ahora... ¡Dios mío, es como una plaga!", exclama antes de que las lágrimas le apaguen la voz. Entonces estalla su compañera Mariló: "Nos han abandonado, pero que tengan cuidado. Aquí también sabemos morder".

Anoche, en su nota número 51, la Vicepresidencia Primera del Gobierno anunciaba que, "probablemente", "el próximo viernes" estarán ya en todos los puertos los 4.248 contenedores venidos desde diferentes puntos de España.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 5 de diciembre de 2002