Es junio y eso significa malas noticias para la selección, que a estas alturas de temporada suele pinchar. Lo hizo de manera inopinada frente a Grecia, equipo irrelevante que se defendió de forma masiva y ganó con su único remate. No es habitual, pero a veces ocurre en el fútbol. Le ayudó el mal funcionamiento de España, muy débil en todos los aspectos del juego. Castigada por las lesiones en el medio campo, por el pésimo estado de Vicente en estos momentos y por la falta de contundencia de sus delanteros, se encontró con una derrota que devuelve al equipo a la cruda realidad de una fase de clasificación que parecía un paseo militar.
ESPAÑA 0 - GRECIA 1
España: Casillas; Salgado, Puyol, Helguera, Raúl Bravo; Marchena (Sergio, m. 76), Valerón; Etxeberria (Joaquín, m. 59), Raúl, Vicente (De Pedro, m. 59); y Morientes.
Grecia: Nikopolidis; Sietaridis, Venetidis, Kapsis, Ntampizas, Dellas; Charisteas (Lakis, m. 24), Zagorakis, Giannakopoulos; Tsartas (Karagkounis, m. 26); y Vrizas.
Goles: 0-1. M. 42. Giannakopoulos se gana la posición al borde del área y engancha un disparo potente y esquinado al que no llega Iker Casillas.
Árbitro: Alain Sars (Francia). Expulsó a Venetidis (m. 80), por doble amarilla. Amonestó a Etxeberria, Ntampizas, Marchena y Helguera.
28.000 espectadores en La Romareda. Fase de clasificación de la Eurocopa 2004. Grupo VI.
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Algunos partidos vienen marcados por el destino. Y éste fue el caso. Un encuentro a desmano en el calendario se convirtió en una pesadilla, no tanto porque España jugara muy mal -tampoco lo hizo bien- sino por la fuerza de los acontecimientos. La selección sufre en junio, fatigada por el desgaste de un campeonato excesivo, nacido de una ilegalidad permitida por los clubes y por los políticos. Los jugadores no están nada preparados para salirse de las emociones de la Liga y meterse en la fastidiosa rueda de clasificación para la Eurocopa. No ahora, al menos. Cada cosa a su tiempo, y éste no es el momento para la selección. Ni lo es para el equipo, ni para la gente, que acudió con el ánimo festivo que producen las pachangas de verano. Hubo una sensación de alboroto general. Un cuarto de hora después de comenzar la función, entraba la gente para ocupar los graderíos. Política de puertas abiertas se llama a eso. Irrumpió en el campo Manolo y su bombo, y la gente le saludó como a un héroe. En uno de los fondos, los ultras iban a lo suyo con todos los himnos fascistas que tenían a mano, algunas consignas de pésimo gusto y muy felices de ondear las banderas con el aguilucho. La chiquillería pedía patatas fritas a los padres, que desfilaban arriba y abajo por las tribunas en mitad de un partido que tenía un aire de verbena. Así hasta el gol de Gianokopoulos, que le dio un toque dramático a la astracanada.
La selección se empleó con una profesionalidad admirable, pero con pocas ideas. Este equipo necesita más que ninguno del ingenio y la precisión, porque no le sobra poderío físico, ni velocidad en puestos claves del equipo. A sus viejos problemas se añaden algunas consideraciones interesantes: los jugadores están saturados de fútbol y algunos ofrecen señales alarmantes, como Vicente, que parece especialmente ofuscado. Poco se ve en estos tiempos del extremo eléctrico que ofrecía grandes garantías en el costado izquierdo. Ni desbordó, ni metió un centro en condiciones. Resultó extraña la ausencia de De Pedro en el equipo titular. De la precisión de su pierna izquierda se puede esperar lo que en estos días no puede ofrecer Vicente. Tampoco funcionó Etxeberria, más activo que eficaz en la hora que jugó.
El otro problema estuvo relacionado con la tacada de lesiones, enfermades y sanciones que afectó al medio campo, donde Sáez improvisó una sociedad inédita con Marchena -un central- y Valerón, media punta que sufre cuando se le exigen demasiados rigores. Valerón es un espíritu libre que mejora cuantas menos obligaciones tenga y cuanto más cerca del área se encuentre. Entre unas cosas y otras, casi todo le pintó mal a la selección española, que se encontró con un rival de medio pelo. Grecia se refugió en su área, sin otra idea que aguantar el chaparrón y acertar en algún tiro. Remató una vez y marcó el gol de la victoria, así que el plan le salió de perlas. Pero de juego, nada. Una birria del equipo.
España tuvo sus ocasiones en el primer tiempo. Sin grandes alardes, remató con alguna insistencia, con Morientes y Etxeberria como protagonistas principales. Raúl apareció menos que lo habitual, rodeado por una red de defensas griegos. Y en última instancia, al portero le dio por crecerse. Fue el héroe de su equipo, que pronto se quedó sin Tsartas. Se retiró con un gesto de dolor, pero la realidad es que no pintaba nada en el partido. Grecia estaba en otra cosa muy diferente a lo que puede ofrecer el exquisito y muy perezoso Tsartas. No digamos con el gol de Gianikopoulos, autor de un remate seco que sorprendió a todo el mundo.
La reacción de España fue insuficiente. Se enteró en ese instante de un partido para el que no estaba preparado, uno que requería paciencia, frialdad y algo de fútbol. No disfrutó de ninguna de las tres cosas. Valerón no tuvo ningún peso en la segunda parte y la ansiedad se apoderó del juego. Los cambios, por muy necesarios que fueran, no solucionaron los defectos del equipo. Ni Joaquín ni De Pedro dieron la profundidad necesaria. Finalmente los griegos se encontraron cercados, pero cómodos. Desbarataron el ataque de España por una simple cuestión de amontonamiento. En cualquier otro partido, su racanería no les habría servido de nada, pero estamos en junio, con los jugadores estragados de fútbol, con la Liga en el momento decisivo y con España en su peor versión.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 8 de junio de 2003