Con el Madrid a la deriva durante un largo trecho, tuvo que ser Solari, con nómina fija entre los suplentes, quien rescatara al equipo cuando éste emitía en Oporto señales muy negativas. Dos acciones del argentino voltearon el marcador que había empinado muy pronto el conjunto local y espabiló al grupo de Queiroz, hasta entonces de espaldas al envite. Aupado por Solari, el Madrid despertó lo suficiente como para echar el ancla al partido y evitarse mayores problemas, pese a lo cual dejó huellas inquietantes.
OPORTO 1 - REAL MADRID 3
Oporto: Vitor Baía; Paulo Ferreira (Bosingwa, m. 46), Pedro Emanuel (Jankauskas, m. 70), Carvalho, Valente; Maniche, Costinha, Fernandes (McCarthy, m. 46), Mendes; Derlei y Deco.
Real Madrid: Casillas; Salgado, Pavón, Raúl Bravo, Roberto Carlos; Helguera, Guti; Figo, Zidane, Solari (Cambiasso, m. 91); y Ronaldo (Raúl, m. 84).
Goles: 1-0. M. 7. Falta que despeja Casillas al medio del área y Costinha cabecea a placer.
1-1. M. 28. Solari centra desde la izquierda y Helguera cabecea a la cepa del segundo palo.
1-2. M. 37. Solari recibe de Roberto Carlos, aguanta a Baía y define.
3-1. M. 67. Centro de Figo para Zidane, que remata de primera.
Árbitro: Pierluigi Collina (Italia). Amonestó a Pavón, Helguera y Deco.
Unos 30.000 espectadores en Das Antas.
El equipo español tardó media hora en asomarse por Das Antas. Con un juego pastoso, con abundante desidia y un guión errático, se mostró como un equipo descuartizado, sin alma. A merced del Oporto, que se bastaba del empeño pretoriano de sus jugadores para empequeñecer a su enemigo. Ni un tirito, ni imaginación. En fin, una birria. El Madrid era la nada más absoluta, con Vitor Baía, el portero portugués, exquisitamente perfumado. Ni siquiera el gol de Costinha hirió a los madridistas, que no se alteraron una pizca. Helguera y Guti apenas lograban remar en el eje, Zidane iba sin brújula, Figo sudaba más que jugaba y de Ronaldo no había pista alguna. Sólo Roberto Carlos daba cierto vértigo al equipo.
Con todo a su favor, el Oporto quiso sedar el partido demasiado pronto, en cuanto se puso en ventaja antes de los diez minutos. No es un equipo tejido para apretar en ataque. Pero era tal la palidez del Madrid, que Deco, el mejor de largo de los portugueses, se inventó un par de jugadas que inquietaron a Casillas, el más atento de los visitantes. Y así, sin más, discurría el encuentro cuando de repente, en la primera visita a la sala de espera de Baía, Solari hizo lo más atrevido hasta entonces de un madridista, un centro con la derecha de palo que llovió al punto de penalti, donde Helguera llegó huracanado. Poderoso como es en el juego aéreo y beneficiado por su irrupción por sorpresa, selló el empate.
El gol visitante, tan inesperado a tenor de la faena que llevaba a cabo el Madrid, dio un considerable revolcón a la noche. También dejó un recado a Queiroz, que ayer rescató a Helguera para el centro del campo. El tanto evidenció lo mejor del cántabro en esa posición: el gol le queda más cerca. Racial y decidido, Helguera sabe atizar cuando huele la ocasión. El problema es cuando le llega la incontinencia y se despoja de cualquier corsé táctico. En muchas ocasiones, su desenfreno desnuda al equipo en una zona muy sensible del campo. Sobre todo si le acompaña al timón Guti, o en el futuro Beckham, probablemente. Dos socios con más vocación ofensiva y menos dinamita para contener.
Al margen de la resurrección de Helguera como pivote, Queiroz también rescató a Solari. A última hora, con Raúl todavía convaleciente, el portugués mantuvo a Portillo en el banquillo y envidó con el argentino. La apuesta por el canterano le hubiera obligado a cambiar el dibujo, puesto que no es un futbolista acostumbrado a la periferia del área. Él vive dentro, cerca de la presa, como Ronaldo. Con ambos, el Madrid hubiera tenido que prescindir de un enganche. Lo cierto es que Solari respondió. Más que por su asistencia en el primer tanto, por el efecto de corneta que surtió en todos sus compañeros. Enchufó al Madrid a un partido que se le iba al garete por pura dejadez. Tras el tanto de Helguera, durante un rato, el equipo de Queiroz sacudió de lo lindo a su enemigo, que se sintió repentinamente aterrorizado. A la primera que se animó Zidane y apareció Ronaldo, el Madrid cosió una jugada magnífica que Solari supo cerrar con brillantez al ocupar el puesto que el brasileño había dejado vacante en las narices de Baía. Cuando las estrellas empalidecen, el argentino, siempre con aliento, suele ser un buen socorro.
Metido ya en el partido, el Madrid se decidió a sostener un pulso de verdad. No es que deslumbrara, pero al menos cerró el puño y se enrabietó. Acuciado por el marcador, el Oporto se lanzó contra Casillas con decisión. Ya de cara al partido, el Madrid aguantó mejor el tipo, aunque incapaz de gobernar. A falta de tino, se remangó para achicar agua a la espera de otro gol de la chistera. Con los portugueses mirando las musarañas, Figo sacó una falta al pie de Zidane, que remató a pocos palmos de Baía sin que nadie le molestara. Un cierre sencillo para un partido que debería hacer reflexionar al Madrid sobre su espantosa primera media hora. Solari llegó a tiempo y el equipo se enchufó, pero la ecuación de Queiroz no se aproxima a lo que se le presupone al conjunto con más galones del planeta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de octubre de 2003