El tiempo no ha concluido todavía para el estadounidense Pete Sampras. A sus 30 años, los malos presagios se abatieron sobre él esta temporada y llegó al último Grand Slam sin haber ganado un título. Es una situación nueva y difícilmente digerible para un campeón que tiene 63 muescas en su palmarés, 13 de ellas del Grand Slam, y que desde 1990, cuando ganó su primer open americano, ha sumado al menos tres títulos por año. Pero Sampras no se resigna. Se niega a aceptar la proximidad del final. Y ayer, en una pista abarrotada por 23.000 seguidores, constató que su juego, su espíritu y sus piernas pueden llevarle todavía lejos. Para Gustavo Kuerten, sin embargo, el trayecto se ha acabado. El número uno del mundo perdió, falto de energía y aparentemente sin ganas de jugar, ante el ruso Yevgeny Kafelnikov por 6-4, 6-0 y 6-3 en una hora y 32 minutos.
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Sampras jugó ayer probablemente el mejor partido de la temporada, y se impuso a su compatriota Andre Agassi, de 31 años, en un clásico que se ha repetido 32 veces y que ha marcado la historia de este deporte. Las emociones fueron intensas, y el público las vivió con arrebato, aunque no era una final. Pero la intensidad del juego, de los sentimientos y de la entrega, tanto de la grada como de los jugadores, fue la propia de las grandes ocasiones. Sampras ganó por 6-7 (7-9), 7-6 (7-2), 7-6 (7-5), 7-6 (7-2), en tres horas y 32 minutos. Y pareció renacer. "Jugar contra Pat Rafter o ante Andre Agassi es lo que me da vida, lo único que me retiene en este deporte", confesó.
Las carreras de Agassi y Sampras se han desarrollado en paralelo. Sus primeros partidos se produjeron ya cuando ellos tenían 12 años. Y cuando Sampras, a los 19, ganó su primer título del Grand Slam en Nueva York en 1990, muchos de los jugadores que ahora son sus rivales no habían iniciado sus carreras. "Son los dos jugadores a los que idolatraba mientras crecía", afirma el australiano Lleyton Hewitt. "Han sido los dos que más influencia han tenido en mi juego", reconoce Roddick, la perla estadounidense de 19 años.
Agassi, vestido de negro, y Sampras, de un blanco inmaculado, intentaron imponer sus estilos de juego. El de Las Vegas, buscando sus mejores golpes de fondo para desbaratar los constantes ataques del mejor sacador del mundo. Sampras, utilizando la eficacia de su juego de saque y volea para ir cerrando las opciones de Agassi, que ganó su séptimo Grand Slam este año en Australia.
Las coordenadas en que se movió el partido aportaron pocas novedades. Sin embargo, el vaivén del marcador incluyó la épica y lo convirtió en histórico. Con 6-3 en el desempate de la manga inicial, era difícil pensar que Sampras pudiera perderla. Pero Agassi ganó sus dos saques y con 6-5 conectó un resto sobre un primer saque que no sólo dejó tocado a Sampras, sino que le abrió las puertas del set. Luego siguieron 12 juegos con una sola bola de break (la tuvo Agassi en el tercer juego de la tercera manga) y dos desempates ganados cómodamente por Sampras. Y así se entró en una cuarta manga, en la que los dos jugadores ofrecieron los momentos más sublimes. Ambos pudieron romperse el saque, pero lo defendieron. Y en el último desempate, Agassi vio esfumarse sus opciones con 3-1, cuando erró un fácil drive. Sampras se colocó con 6-3 y, aunque cedió dos match-balls, cerró el partido en el tercero.
"Perdí por muy pocos detalles", confesó Agassi. "Pero tanto Pete como yo comprendimos que éste era un momento para guardar en el recuerdo. Al término del partido, ambos apreciamos la fortuna de habernos podido enfrentar en una atmósfera tan especial".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 7 de septiembre de 2001