El Valencia sufre otro desastre copero

Definitivamente, al Valencia se le ha indigestado la Copa del Rey. Hace dos años cayó en Guadix en la tanda de penaltis; el pasado enero el Novelda le eliminó por alineación indebida; y ayer cayó derrotado de nuevo desde los onces metros. La actuación del Valencia resultó decepcionante. Nunca dio la sensación de que tenía masticado el encuentro: fue previsible, lento, vulgar. Una versión esmirriada del actual campeón de Liga. El Alicante dejó en evidencia a los suplentes valencianistas, que en vez de reivindicarse chafaron su crédito.

Al Valencia se le complicó el partido a medida que transcurrieron los minutos. Suele ocurrir en este tipo de choques en los que el débil pone a prueba al grande. Y éste se bloquea sin remedio, se impacienta, pica el anzuelo hasta que el partido se traba y enreda. Eso pasó ayer en el Rico Pérez, donde los suplentes del Valencia pasaron un mal rato ante un Alicante que se complicó la vida lo menos posible, cumpliendo a rajatabla el plan previsto: se defendió con orden, siempre con los tres centrales en su sitio; se entretuvo poco cerca de su área, despejando sin contemplaciones la pelota; y arriesgó lo justito. Cuatro cosas, pero las hizo bien. Tampoco nadie le exigió más.

Plagado de suplentes, el Valencia fue una caricatura del equipo tenaz y solvente que ha pasado el rodillo aquí y acullá. El conjunto de Rafa Benítez echó de menos a todo su arsenal: el poderío de Albelda y Baraja; el desborde de Vicente o Rufete por las bandas; incluso a Carew, tan prescindible hace apenas unos meses y tan eficiente ahora. No digamos a Aimar.

De ninguna manera pudo el Valencia desarbolar al Alicante en la primera parte. Es cierto que llevó la iniciativa, pero le faltaron recursos para inquietar algo al meta España, bien protegido por su defensa. Apenas una ocasión de Angulo, tras un pase de Sánchez, fue el bagaje ofensivo del equipo de Benítez en la primera parte. Muy poco.

La segunda parte arrancó pasada de revoluciones: Mista aprovechó un error en el marcaje de la defensa alicantina para batir a España. El partido se descosió entonces por todas partes, situación que el Valencia no supo manejar: encajó el empate sin haber disfrutado apenas de la ventaja obtenida.

De que aquello era un partido de Copa ya no hubo ninguna duda. El Alicante se adueñó de la situación ante la incompetencia del Valencia, deficiente en todos los aspectos. La grada espoleó a su equipo celebrando cualquier cosa. El equipo de Benítez trató de encauzar el encuentro, pero lo cierto es que no supo cómo: De los Santos y Marchena fracasaron como organizadores; nadie entraba por la bandas; Mista y Sánchez jugaron muy lejos de la portería contraria. En vista de que la cosa se complicaba, Benítez sacó al campo a Aimar. Aquello tenía muy mala pinta, así que el argentino comenzó a repartir juego. Su presencia tuvo un efecto efervescente en el Valencia.

Al Alicante se le multiplicó la faena. Pero tuvo fuelle para llegar a la prórroga. Su sueño pareció acabar con los tantos de Sánchez y Mista en el tiempo extra, pero en dos minutos de locura remontó de nuevo el marcador. La lotería de los penaltis volvió a sonreír al más débil y a castigar a un Valencia decepcionante que vivió otra debacle copera.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 7 de noviembre de 2002