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Crónica:La jornada de Liga | FÚTBOL

El Madrid termina como un ciclón

El equipo madridista se aproxima aún más a la cabeza tras golear al Valencia, que pagó la expulsión de Aimar

El Madrid resolvió con excelencia un partido que atravesó numerosas fases, lo que habla de una buena noche de fútbol, y en algún caso de momentos excepcionales, casi todos protagonizados por las figuras locales. Sin embargo, el contundente resultado no logra esconder la crucial importancia que cobró la expulsión de Aimar mediado el segundo tiempo. Después de un excelente primer tiempo del Madrid, el Valencia empató y empujó con todo. Pero con diez jugadores no encontró la manera de detener a gente como Zidane, que terminó el encuentro a todo trapo, en un impresionante despliegue de creatividad y técnica que fue celebrado de forma clamorosa por el Bernabéu.

REAL MADRID 4 - VALENCIA 1

Real Madrid: Casillas; Salgado, Hierro, Helguera, Roberto Carlos; Flavio, Makelele (Cambiasso, m. 87); Figo, Raúl (Portillo, m. 90), Zidane; y Ronaldo (Guti, m. 79). Valencia: Palop; Curro Torres, Ayala, Pellegrino, Carboni (Mista, m. 71); Rufete (Marchena, m. 75), Albelda (Juan Sánchez, m. 82), Baraja, Fabio Aurelio; Aimar; y Carew. Goles: 1-0. M. 36. Pase al hueco de Zidane a Ronaldo, que se va de Curro Torres, regatea a Palop y marca con la zurda a puerta vacía. 1-1. M. 54. Centro de Fabio Aurelio, Ayala se adelanta a Makelele y cabecea. 2-1. M. 68. Pared de Raúl con Zidane y éste lanza un disparo desde fuera del área. 3-1. M. 86. Guti para el balón al borde del área y marca a la media vuelta. 4-1. M. 90. Extraordinaria jugada de Zidane, que cede a Portillo para que marque. Árbitro: Pino Zamorano Expulsó por doble amonestación a Aimar (m. 66). Amonestó a Makelele, Hierro, Albelda y Pellegrino. Unos 65.000 espectadores en el Bernabéu.

El partido fue notable porque estuvo por encima de los elementos. El campo tenía un aspecto disuasorio con las amplias balsas de agua que impedían cualquier jugada razonable. Se frenaba la pelota casi siempre, pero a veces se volvía caprichosa y salía disparada, lo que convertía el juego en algo azaroso y muy esforzado. En estas condiciones lo normal es decaer, permitir que el fútbol regrese a lo básico y buscar el pelotazo para evitarse complicaciones. El Valencia decidió convertir a Carew en su principal referencia, según la vieja idea inglesa de los beneficios de un corpachón. Incrustado entre los centrales madridistas como una grúa, Carew libró un combate épico con Hierro, cuya prodigiosa facilidad en el juego aéreo fue examinada una y otra vez por el gigantesco delantero del Valencia. Se trataba de ganar metros con el pelotazo, bajar la pelota y esperar la llegada de la segunda línea. Es un recurso tan antiguo como el fútbol, pero funcionó a medias. Carew ganó algunos de sus duelos con Hierro, pero no hubo mucha actividad de los centrocampistas, que sólo se soltaron un poco en el arranque del segundo tiempo, con el gol del empate y todo eso.

Lo que funcionó fue la capacidad del Madrid para alcanzar el área y generar un alto número de oportunidades, especialmente en la primera parte. Hubo dos protagonistas principales en el juego de ataque del Madrid. Uno fue Raúl, como siempre. No marcó pero estuvo en todas: dos remates se le escaparon por un palmo, el segundo tras una sensacional cadena de amagos. Y también estuvo en la jugada del segundo gol, una delicada pared con Zidane que el francés cerró con un remate contundente. El tanto manifestó la importancia de la expulsión de Aimar, circunstancia que cortó los mejores minutos del Valencia y que provocó la reacción del Madrid. Cuatro minutos después anotó Zidane.

Al Valencia nunca le faltó vigor, ni con once, ni con diez jugadores. Le faltó la claridad del Madrid para encontrar las ocasiones de gol, que fueron numerosas en la primera parte. A la potente estructura del Valencia se oponía el fácil juego madridista, donde se apreció nuevamente el peso de Roberto Carlos en el ataque. Fue el segundo protagonista de su equipo, un ventilador imparable que se asomó al área rival con una frecuencia increíble. Desbordó casi siempre a Rufete y Curro Torres, al que no le llegaba la camisa al cuerpo, tiró centros y remató desde todas las posiciones. Obligó a Palop a dos estupendas intervenciones y clavó un violentísimo tiro en la escuadra.

Ni la oposición de un campo muy encharcado cambió el estilo del Madrid, que elaboró todo lo que pudo, y fue mucho. La cosa funcionaba porque las oportunidades llegaban con más regularidad de la prevista frente a un equipo como el Valencia, tan eficaz en el capítulo defensivo. Mientras se discutía qué modelo se impondría -el directo del Valencia, el barroco del Madrid-, Zidane lanzó a Ronaldo, que ganó a Curro Torres en la carrera y limpió al portero como el que lava. Un gol de toda la vida. De toda la vida de Ronaldo, que en esta suerte es un maestro. El Valencia acusó el tanto y mantuvo el tipo a duras penas hasta el descanso. Cuando regresó, era otro equipo. Marcó Ayala en uno de sus imponente cabezazos y se sospechó que el partido podría caer del lado valencianista. Pero Aimar recibió dos amonestaciones y nada fue igual.

No se le pueden dar ventajas a un equipo con los recursos del Madrid, que dispone de futbolistas excepcionales. Zidane, por ejemplo, emergió en esos momentos de manera tan visible que se apoderó del partido. Por si acaso, volvió a aparecer Guti para reivindicarse nuevamente. Su espectacular producción tiene más mérito por el escaso tiempo del que disfruta. Pues bien, entró a jugar y enchufó un zurdazo de primera que acabó con las esperanzas del Valencia. De provocar el delirio en la hinchada se encargó personalmente Zidane en el cuarto gol, un prodigio de control, bicicletas y categoría en el pase que también sirvió para comprobar el olfato de Portillo en el área.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 6 de enero de 2003