Treinta obuses disparados en poco menos de 40 minutos destrozaron en la madrugada de ayer la residencia del presidente palestino, Yasir Arafat, en Gaza. Con esta operación quedaba hecho añicos un símbolo más de la Autoridad Nacional Palestina, de la misma manera que anteriormente fueron aniquilados otros símbolos como el aeropuerto internacional de Rafah, la radiotelevisión de Ramala o la Casa de Oriente en Jerusalén. Mientras tanto, el Gobierno de Ariel Sharon aprieta el acelerador de las operaciones bélicas contra los palestinos y estudia la posibilidad de llamar a filas a batallones de reservistas. Al menos siete palestinos y un militar israelí murieron durante la jornada de ayer, sin que haya signos de un próximo fin de la violencia.
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Todo empezó a las 3.10 de la madrugada. Fragatas de combate, situadas a pocas millas de la playa, lanzaban cinco misiles sobre la residencia del presidente Yasir Arafat en Gaza. Era la señal de advertencia de una operación más drástica que se iniciaría minutos más tarde, cuando aparecieron en la oscuridad de la noche los helicópteros Apache. Durante una hora lanzaron tres decenas de misiles sobre el edificio. La sala del primer piso, en la que el líder palestino recibía a sus huéspedes, testigo del paso del presidente estadounidense Bill Clinton o del jefe del Gobierno español, José María Aznar, ha quedado devastada. Los recuerdos, regalos, condecoraciones, mobiliario y otros objetos de decoración yacen por el suelo, en una masa compacta, junto con los restos de los tabiques y tejas del techo. En la pared, milagrosamente, sólo se ha salvado una gran foto de la mezquita de Al Aqsa. El dormitorio del presidente también ha quedado destruido. La cama, sobre la que se puede aún ver la colcha de damasco, ha quedado cubierta de escombros. Tampoco queda nada de la sala de conferencias del primer piso o del porche.
La residencia y las oficinas de Arafat en Gaza, símbolo de los Acuerdos de Oslo, que abrieron la esperanza del proceso de paz, han desaparecido. Pero también han quedado aniquilados los recuerdos de su vida personal secreta. No quedan ya testigos de la presencia de su esposa, Suha, ni detalles que puedan explicar que en el mismo edificio vivió una vez una niña, su hija, llamada Zahwa, que hoy tiene seis años de edad y que reside con su madre en el exilio de París. Nada. No queda ni siquiera una estela sobre la vida íntima del primer presidente de Palestina, Yasir Arafat. Los misiles se lo han llevado todo. La soledad del anciano Arafat es absoluta. Éste es el castigo que el Gobierno de Ariel Sharon impuso ayer al presidente de la Autoridad Nacional Palestina por el atentado de la cafetería Moment, en Jerusalén, en el que murieron 11 civiles.
Más 'asesinatos selectivos'
El aparato bélico israelí bombardeó además durante todo el día de ayer Gaza, Nablús, Hebrón y Ramala, al tiempo que los servicios de seguridad se implicaban en un nuevo episodio de guerra sucia y hacían explotar al norte de Jerusalén, en el barrio árabe de Yebel al Mukkaber, un coche en el que viajaban dos activistas y al que previamente habían colocado una bomba. Un helicóptero activó el explosivo desde el aire.
Las operaciones militares continuarán y se reforzarán en las próximas horas, sobre todo si el Gobierno accede finalmente a llamar a unidades de reservistas, 40.000 de los cuales han recibido ya armas para su uso particular. Todas estas fuerzas podrían verse respaldadas por unidades venidas de la diáspora judía, si, por otra parte, prospera la idea lanzada en los últimos días por Shifra Hoffman, la fundadora de la Asociación de Víctimas del Terror Árabe. Hoffman fue amiga personal del asesinado rabino Kahane, el más radical de la extrema derecha judía. En la actualidad, promociona los clubes de tiro para ciudadanos civiles y propugna la creación de una legión judía.
Por su parte, los palestinos trataban ayer de contabilizar los muertos y de establecer un censo sobre el número de palestinos capturados por el Ejército de Israel en los campamentos de refugiados de Tulkarem, durante las operaciones de limpieza que han durado cuatro días. Algunas informaciones oficiosas hablan de 800 prisioneros. Otras aseguran que la cifra alcanza los 1.300. Sus edades oscilan entre los 13 y los 50 años. El Gobierno de Arafat ha lanzado ya la voz de alarma a la ONU, Europa y EE UU sobre la situación de estos prisioneros, "en su mayoría civiles no armados", sobre los que podría recaer con toda dureza una nueva ley, aprobada la semana pasada por el Parlamento de Jerusalén, que establece la figura del combatiente ilegal. Israel no reconoce prisioneros de guerra entre los palestinos, aunque diga públicamente que este conflicto es una guerra.
Anoche, fuerzas policiales de Israel frustraban un atentado palestino en una sala de fiesta de la ciudad mediterránea de Ashdod, donde los atacantes dispararon y lograron herir de gravedad a una persona antes de ser descubiertos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 11 de marzo de 2002